Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

¿EXISTE EL INFIERNO? ¿ESTÁ HABITADO O VACÍO?

Un día, en el patio del Colegio del Salvador, se paseaban en forma individual dos grandes figuras sacerdotales de la iglesia argentina, que tuve el gusto de conocer, al primero poco, al segundo mucho: Guillermo Furlong y Leonardo Castellani y en su paseo se cruzaban muchas veces. Ambos, sacerdotes jesuitas de hace tiempo, creían en la existencia del infierno como verdad de fe; pero dudaban acerca de su población. Por eso en uno de esos fugaces encuentros, el primero le preguntó al segundo, si le parecía que estaba superpoblado; a la vuelta, Castellani le respondió: no lo creo, Dios no hizo tan mal las cosas.

Hoy, ante las declaraciones del papa Francisco, quien señala que, según sus deseos, el infierno no debería existir o estaría deshabitado, “me gusta pensar que el infierno está vacío. Es una cosa personal, no un dogma”; “el infierno es un estado de corazón o de alma”, que generan más confusión, debemos incursionar en el tema con esta nota aclaratoria.

En la historia de la Iglesia los deseos de Francisco no son novedad. En los tiempos antiguos fue Orígenes, en los modernos Papini; entre los protestante Barth, entre los ortodoxos Bulgakoff, quienes, con distintos argumentos, sostuvieron la temporalidad de las penas del Hades o el perdón de todos los condenados.

Sin embargo, el papa Virgilio, en el año 543. decretó: “Si alguno afirma o piensa que el suplicio de los demonios y de los hombres impíos es temporal y que tendrá fin en el futuro y que por lo tanto habrá una rehabilitación moral de los demonios y de los impíos, sea anatema”. Nada que precise aclaraciones.

El tema se relaciona con el pecado y con las postrimerías, tan ausentes en las homilías de hoy, en los lugares de la Iglesia declinante.

Francisco estimula la confusión, goza con el “hacer lío”, sin advertir que no es Cristo, sino solo su vicario, a quien no lo dudo, Dante ubicaría en el infierno, en compañía de varios de sus predecesores. ¿En el círculo de los enemigos de Dios, o en el más próximo a Satanás, el de los traidores?

Una anécdota verídica de Juan XXIII, muestra que este pontífice sabía cual era su cargo. Al visitar un hospital lo recibió una monja que le dijo: Santidad, soy la superiora del Espíritu Santo. La respuesta rápida y precisa la dejó muda: La felicito, Madre; yo soy tan solo el vicario de Cristo.

Respecto al número de condenados que lo pueblan les recomiendo a todos leer el estudio de Antonio Royo Marín “¿Se salvan todos?”, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1995, cuyo subtítulo es: “Estudio teológico sobre la voluntad salvífica universal de Dios”.

El libro consta de tres partes y la medular se desarrolla en diez capítulos: 1. La misericordia infinita de Dios. 2. La justicia misma de Dios. 3. La voluntad salvífica universal de Dios. 4. El misterio de la divina predestinación. 5. La redención sobreabundante de Jesucristo. 6. La intercesión de María, abogada y refugio de pecadores. 7. La responsabilidad subjetiva del pecador. 8. Las gracias de última hora. 9. Las penas del purgatorio. 10. La eficacia infalible de la oración.

El autor afirma: “Solo Dios conoce el número de los escogidos que han de ser colocados en la eterna felicidad” (p. 26).

Al pecado sigue el juicio y en él se manifiestan la justicia y la misericordia divinas, que con relación a nosotros ya no son iguales, porque la última llega “en toda su plenitud infinita, mientras la justicia llega disminuida y frenada por la sangre derramada por Cristo en la cruz (p. 33).

Como señala Santo Tomás, Dios “conoce nuestra flaqueza, se acuerda que no somos más que polvo. Como un padre muestra ternura por sus hijos, así también tiene compasión de nosotros” (citado p. 40). “En lugar de buscar el modo de encontrarnos culpables, sentirá inclinación a excusarnos y a invocar en nuestro favor las circunstancias atenuantes” (p. 43). Y hará salir a la luz las buenas obras que hemos olvidado.

Nos enseña el autor, que muchos hombres pecan “no por maldad, obstinación o soberbia, sino por fragilidad, atolondramiento o irreflexión, ¡por el ímpetu de sus pasiones… pero jamás en rebeldía directa contra Dios! (págs.72/73).

La virgen María, desde el cielo, es nuestro auxilio, nuestra ayuda. Su tarea es interceder ´por nosotros. Como señala Royo Marín, su papel como “intercesora universal de todas las gracias… es presentar el rostro de Cristo, amable y misericordioso” (p. 88).

Dios “para apreciar nuestros actos posee una indulgencia que nos falta a los hombres” (p. 101) y a muchas mujeres.

“Dios nos ama. Ama a cada uno de sus hijos más que el más tierno de los padres ama a los suyos… Cierto que no violentará la libertad de nadie, pero no dejará de hacer nada de cuanto puede conciliarse con el respeto al libre albedrío del moribundo” págs. 124/125). Como escribía Ignacio Braulio Anzoátegui con relación a la muerte y al destino eterno de un librepensador argentino: “tal vez se haya salvado, porque a Dios a veces le gusta emplearse a fondo” (Vidas de muertos, cito de memoria porque estoy en el campo”.

Adherimos al pensamiento de Castellani y Royo Marín. Se salvan muchos. Una vez más estamos muy lejos de un compatriota, que vive en un hotel del Vaticano y cuyos deseos, no nos interesan.

Estancia San Joaquín, San Serapio de Azul.

AcaPrensa / La Cigüeña de la Torre / Bernardino Montejano

Compartir este artículo ...

Noticias relacionadas