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LOS SALMOS

En esta nota de hoy, salimos del fango cotidiano, en el cual tenemos que operar para tratar de orientarnos a nosotros mismos y colaborar en la de los lectores, para acercarnos al sol, salimos de lo urgente para volver a lo importante.

ería bueno y positivo que muchos de nuestros pastores, mediten en torno a las reflexiones del agnóstico Saint-Exupéry, a quien cito de memoria: es urgente, que el hombre coma, porque si no lo hace se muere y ya no se plantea ningún problema; pero satisfecha lo urgente, aparece lo importante y entonces se pregunta por su ubicación en el mundo, por el sentido de la vida, por el gusto de Dios.

Para encarar lo importante nos ayuda la Liturgia de las Horas de hoy, que, en una de sus lecturas, nos ofrece un texto de los Comentarios de San Ambrosio sobre los salmos, que una vez más nos muestra la grandeza y profundidad del obispo de Milán.

En el mismo, escribe este padre y doctor de la Iglesia, que “la historia instruye, la ley enseña, la profecía anuncia, la reprensión corrige, la enseñanza moral aconseja, pero el libro de los salmos es como un compendio de todo ellos y una medicina espiritual para todos”.

“El que sepa leer en él, encontrará allí, como en un gimnasio público de las almas y como en un estadio de las virtudes, toda la variedad posible de competiciones, de manera que podrá elegir la que crea más adecuada para sí, con miras a alcanzar el premio de hoy”.

El texto concluye con estas palabras: “en los salmos hallamos profetizado no solo el nacimiento de Jesús, sino también su pasión salvadora, su reposo en el sepulcro, su resurrección, su ascensión al cielo y su glorificación a la derecha del Padre. El salmista anuncia lo que nadie se hubiera atrevido a decir, aquellos mismo que luego, en el Evangelio, proclamó el Señor en persona”.

Lo escrito por san Ambrosio es tan claro para su tiempo y para hoy, que sobran los comentarios; por eso seguiremos en el tema analizando las palabras de un santo muy querido de nuestro tiempo Charles de Foucauld, que aparecen en su obra “Meditaciones sobre los Salmos”, publicado en la Argentina por Ágape Libros, 2022.

El ermitaño siguió el consejo de su director espiritual: “aliméntese de los Salmos”. Y como señala el postulador de su causa Maurice Bouvier, “lo que prima para  él en los momentos de oración, fe y amor, alimentados de los evangelios, de los salmos, de santa Teresa de Ávila y de la vida de los santos es dejarse atraer por los ‘perfumes’ de su amado” como escribió en Nazareth: “trato de aprovechar de estas gracias, de estas dulzuras, de esta paz, del aire bueno que respiro, de esta soledad tan beneficiosa, de esta atmósfera sana, para meditar, leer, dejar que el buen Dios me modele” (ob. cit., p.19).

Ahora, hemos seleccionado algunos salmos para inducir a la lectura del libro.

Comenzaremos con el 46 en el cual se ocupa de la Ascensión de Nuestro Señor y señala “el fundamento sólido, inalterable de nuestra alegría: la felicidad de que Dios es Dios, la felicidad de que nuestro Señor resucitó y que no morirá más… Gracias Dios mío por darnos esta fuente inagotable de alegría por ponerla en los libros santos, en la santa liturgia y por derramarla, por la gracia, en nuestros corazones… ¡Qué bueno eres, tú que nos haces de esta manera, desde este exilio, compartir en la medida de nuestro amor, la felicidad de los bienaventurados del cielo!

Continuamos con el salmo 90, tan especial y popularizado por nosotros en tiempo de pestes, tan bien comprendido por el ermitaño santo quien escribe: “Gracias Dios mío por este salmo lleno de paz, especialmente consolador, por el cual nos repites de veinte maneras distintas que quien se pone bajo tu protección no tiene nada que temer. Tú nos acunas, con estas dulces palabras… Qué bueno es dormirse pensando en ellas cuando se está en la oscuridad, en la incertidumbre…

Sí, aquel que busca a Dios sinceramente, que le obedece, que le pide, está bajo la protección del Dios del cielo… Lo cubre bajo sus alas, lo pone al abrigo bajo un escudo impenetrable, lo establece en su verdad, no tiene que temer las oscuridades, las tinieblas, los temores causados por la duda y la incertidumbre, ni las tentaciones del día, ni las de la noche, ni las del mediodía podrán perjudicarlo… Tú eres nuestra esperanza, nuestro refugio… el mal no se nos acercará… Has ordenado a tus ángeles que nos guarden en todos nuestros caminos… nos llevarán en sus manos para nuestros pies no tropiecen con ninguna piedra… Caminaremos sobre serpientes y leones… Nos librarás… Nos protegerás… Nos darás una vida sin fin y nos harás gozar de la visión de nuestro Salvador”.

Y para acabar, el salmo 91 donde escribe: “parece imposible que recibas de tus criaturas una alabanza digna de ti, pero ‘lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios’… Nos has dado dos medios para alabarte digna y divinamente. El primero, es tu persona divina que nos la has dado para que la ofrezcamos en el santo sacrificio. El segundo es, tu divina palabra, que nos diste para que te la ofrezcamos en nuestras oraciones.

Digamos el santo oficio, henchido de la palabra divina con extremo cuidado, con un respeto, un agradecimiento, un amor extremo… El oficio divino es el ramo de rosas cotidiano que ofrecemos a aquél que amamos; si nos pinchamos un poco los dedos para ofrecerlo, tanto mejor, habrá tanto más amor al recogerlas para él; pero que los pinchazos no nos hagan poner una rosa menos y que no nos hagan darlo pequeño, desecado, descuidado, en lugar de ser hermoso, fresco”.

Dos santos de tiempos y lugares distintos; dos visiones complementarias que realzan la importancia de los salmos; es la Iglesia de siempre que crece, ilumina y edifica.

AcaPrensa / La Cigüeña de la Torre / Bernardino Montejano

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