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LA HERENCIA DEL PAPA FRANCISCO

AcaPrensa / SPECOLA extracto

Seguimos con balances del pontificado y una de las herencias envenenadas que dejará el Papa Francisco es la delicada situación económica de la Santa Sede. El Papa Francisco había sido elegido –él mismo lo dijo, en varias ocasiones– con el mandato de reformar la Curia. Uno de los ámbitos de reforma fue precisamente el sector financiero, el primero en el que intervino. El Papa Francisco estableció primero dos comisiones (la COSEA sobre la administración y la CRIOR sobre el IOR. Luego inició una importante reforma de la economía de la Santa Sede, que fue puesta en manos del cardenal George Pell, entonces nombrado Prefecto de la Secretaría de Economía.

Esta reforma puso en crisis todo el sistema financiero de la Santa Sede, que se basaba en unos equilibrios específicos. La Santa Sede es un Estado peculiar, sin un verdadero mercado propio ni una balanza comercial que le permita fortalecer su economía. Los únicos ingresos líquidos provienen de los Museos Vaticanos y del alquiler de los inmuebles propiedad de la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica y del Dicasterio para la Evangelización. Otros ingresos provienen de inversiones financieras, concentradas desde los años 30 principalmente en el sector inmobiliario.  La Secretaría de Estado vio su administración llamada a invertir y crear activos, con la autonomía dada a los órganos gubernamentales. El IOR, una pequeña institución, tenía inversiones financieras que generaban un beneficio seguro.

En 2015 se publicaron por última vez juntos los estados financieros de la Curia Romana y de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano. El presupuesto de la Gobernación, que incluye los ingresos de los Museos Vaticanos, fue utilizado para cubrir el déficit presupuestario de la Curia Romana, que no tiene ingresos y se destina casi en su totalidad al pago de los salarios de los empleados. El Óbolo de San Pedro sigue sufriendo las consecuencias de una mala gestión y unas inversiones poco claras. Apoyar la actividad del Papa significa, en realidad, mantener el aparato de la Curia. Sin embargo, durante décadas, el Óbolo de San Pedro ha solicitado donaciones directas e indirectas en todo el mundo al publicitar la oportunidad que ofrece a los fieles de contribuir a la obra caritativa del Papa. Una cosa es hacer una donación con la idea de que el Papa la traslade a los más necesitados del mundo, y otra que el Papa utilice las donaciones para tapar agujeros en el presupuesto operativo o incluso invertir las donaciones y utilizar los ingresos de forma discrecional.

Empezamos con el deseo un tanto propagandístico del Papa Francisco de tener una “Iglesia pobre para los pobres”. Este lema sólo funciona cuando no se sabe realmente cómo funciona una máquina compleja como la Iglesia y su caridad. La Iglesia es pobre porque no guarda nada para sí. Pero no puede ser pobre en estructura, organización o profesionalismo. Como resultado de esta influencia, se crearon comisiones con miembros externos a la Santa Sede y se buscó el asesoramiento de entidades que trataban a la Santa Sede no como un Estado sino como una institución financiera. Se aplicaron entonces los controles y contrapesos de las instituciones financieras, pero todos los balances fueron separados para su depuración contable, lo que causó sufrimiento financiero.

Nos encontramos pues ante un patrimonio que pierde valor y que es difícil de gestionar, mientras que las reformas financieras han ido y venido en estos diez años sin muchos resultados. Estamos ante una la destrucción del sistema que no ha llevado a una Santa Sede más transparente ni a mejores resultados. El Banco del Vaticano, el IOR, por ejemplo, nunca ha repetido el beneficio récord de 86,6 millones que tuvo en 2012, el último año antes del actual pontificado. No sólo eso. El balance del Fondo de Pensiones del Vaticano apunta a un verdadero agujero negro, está formado por el dinero pagado por los empleados, nunca han sido publicadas sus cuentas, y esto abre la puerta al riesgo de que el Fondo también pueda ser utilizado para llenar agujeros presupuestarios.

Se están vendiendo propiedades históricas de la Santa Sede, muchos edificios de las Nunciaturas Apostólicas han sido vendidos o están en venta, las representaciones diplomáticas de la Santa Sede están perdiendo sus sedes y se ven obligadas, en cambio, a recurrir a soluciones que, al no ser propias, sólo pueden ser temporales. Esto borra también la obra del Papa Pío XI, que utilizó los primeros fondos de la Conciliación precisamente para reestructurar y dar nueva fuerza a las representaciones papales. Reconstruir el sistema será difícil, como también lo será ver las responsabilidades de quienes aceptaron y promovieron este cambio de mentalidad. Mientras tanto, los activos se irán vendiendo pieza por pieza para cubrir el déficit presupuestario. Los ingresos que se obtenían de cada pieza se perderán, lo que supondrá un problema cada vez mayor para la Santa Sede.

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