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INDIOS Y NEGROS: FRUTOS DE LA EVANGELIZACIÓN

Ayer, mostrábamos el error de obispos, curas, monjas y laicos, algunos dedicados a la pastoral indígena que se niegan a evangelizar y convertir a los indios; la respuesta la encontramos en las palabras de un indio convertido Cornelio, cacique de La Curvita, indio wichí que habita en el Norte de nuestra provincia de Salta, quien le responde a un curioso periodista que pregunta por el brujo de la tribu: “Brujo no hay. Solo hay que creer en Dios. Antes la gente pensaba que al padre del pescado hay que hablarle para que nos dé pescado. Otros decían que el monte también tiene su dueño. Cada pájaro tenía su jefe. Igual los árboles. Ahora que estamos más despiertos, se da que Dios es padre de todas las cosas” (Clarín, Buenos Aires, 9/1/2001).

Es el indio evangelizado, ahora más despierto que los pastores dormidos, quien comprende el sentido ascensional que va de las obras al artífice, ya que “los cielos y la tierra cantan la gloria de Dios”, que como enseñó Tomás de Aquino en una de sus vías, cuando escribió que “en este mundo de lo sensible hay un orden determinado entre las causas eficientes; pero no hallamos cosa alguna que sea su propia causa, pues en tal caso habría un ser anterior a sí mismo, y esto es imposible… por eso es necesario que exista una causa eficiente primera, a la que todos llaman Dios” (Suma Teológica, 1, q. 2 a. 3).

Esa causa eficiente primera es llamada, en algunos lugares de África, “El Primero”, los musulmanes lo llaman Alá, nombre que pretenden exclusivo y prohibir su uso a los cristianos.

El cacique evangelizado, despierto, sabe que existe un único Creador y que los montes, los peces, los pájaros y los árboles son tan criaturas como los astros, como el sol, la luna y las estrellas.

Pero la evangelización también sirve para criticar y corregir culturas y erróneas “tradiciones religiosas” según la equívoca expresión del papa Francisco y sus seguidores.

Vamos ahora al África en la cual, en algunos lugares se mataban a los viejos a determinada edad para ser comidos en cena ritual por sus descendientes, como vía para mandarlos al cielo. Fueron los misioneros cristianos quienes enseñaron a esos antropófagos, otros medios para expresar la piedad filial. Y dejaron de devorar a los ancestros.

Una anécdota verídica: un europeo típico turista, observa a un viejo bantú leyendo las Sagradas Escrituras y le dice: así nunca progresarán; en Europa nadie cree en los cuentos que trae ese libro. La respuesta del hombre de color, integrante de una tribu de antropófagos, lo dejó helado: Señor si este libro no hubiera llegado aquí, hace rato que nos lo hubiéramos comido

Volvamos a nuestra América hispana, virgen cuando llegan los españoles, en la cual como escribe Ricardo Levene “no faltaban guerras de conquista y de exterminio, venta de esclavos, sacrificios sangrientos, antropofagia, división de clases y de castas, arbitrariedades e injusticias, epidemias y años de hambre y sequía. Cuando Cortés llegó a Yucatán encontró una gran cantidad de ciudades en guerra, diezmadas las poblaciones por las luchas, el hambre y la peste” (Historia de América, Jackson, p. 269).

Pero con esta llegada se produce en “1492, el fin de la barbarie, el comienzo de la civilización en América” como se titula el excelente libro de Cristián Rodrigo Iturralde (Buen Combate, Buenos Aires, 2013).

En dicha obra, aparecen unas palabras de Ernesto Sábato: “Pero si la Leyenda Negra fuera la única verdad de ese acontecimiento no se explicaría por qué los indígenas no escriben sus alegatos en los idiomas de los mayas o de los aztecas. Y porque dos de los más grandes poetas de la lengua castellana, Rubén Darío y César Vallejo, ambos mestizos, no solo no sintieron resentimiento contra España, sino que la cantaron en poemas memorables. Y tampoco se explicaría por qué la cultura de esta América hispánica, que fue influida por los grandes movimientos intelectuales y literarios de Europa, no solo ha producido una de las más grandes literaturas del mundo actual, sino que ha influido en historiadores europeos” (Dialéctica de las culturas, La Nación, 23/11/1991).

La predicación del Evangelio se consideró tan importante que fray Francisco de Vitoria la incluyó como un título legítimo para hacer la guerra si se la impedía, junto con otro que es el derecho de intervención en defensa de los convertidos.

Ni en sus peores sueños podía imaginar el ilustre dominico que siglos después el episcopado argentino encabezado por el cardenal Primatesta, llamado “Zurdatesta” por algunos, negaría el deber de evangelizar a los indios. El título lo llamaba “causa de la propagación de la religión cristiana”.

Como bien escribe Teófilo Urdanoz O.P., es el “derecho de misión”, “ligado a los deberes de caridad con el prójimo”, todos los cristianos tienen “derecho a propagar la verdad revelada”.

Si los indios estaban obligados a escuchar la predicación, jamás estarán obligados a convertirse, pues la aceptación de ella debe ser voluntaria y libre. Vitoria cita a Santo Tomás de Aquino: “a los infieles que nunca abrazaron la fe… de ningún modo puede obligárselos a abrazarla por la fuerza” (Suma Teológica 2-2 q. l0 a. 8).

Concluiremos con una cita de Juan Domingo Perón, aunque no hayamos sido, ni seamos  peronistas, porque como recomienda Tomás de Aquino al hermano Juan, no mires a quien escuchas, sino lo que diga de bueno, recomiéndalo a la memoria: “Si la América española abandonara la tradición que enriquece su alma, rompiera sus vínculos con la latinidad, se evadirá del cuadro humanista que le demarca el catolicismo y negara a España se quedaría instantáneamente baldía de coherencia y sus ideas carecerían de validez” (Discurso en la Universidad de Buenos Aires, en 1947, en homenaje a Cervantes).

AcaPrensa / La Cigüeña de la Torre / Bernardino Montejano

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