Cuando hoy hablamos de “Iglesia católica”, sin duda hablamos de una Iglesia que ha sufrido una transformación tan profunda que sólo podemos hablar de una ruptura duradera con todo lo que ha sido católico a lo largo de los siglos.
Más allá de las palabras ¿Existe realmente todavía la Iglesia Católica?
Me hice esta pregunta cuando estudiaba el catecismo –y no sólo el llamado “Catecismo Mundial” o Catecismo de la Iglesia Católica, de Juan Pablo II, sino también los catecismos anteriores, desde el Catecismo Romano (1566) hasta el Catecismo del Papa Pío X (1912).
Ciertamente, todos los catecismos representan un continuo de fe y tratan de presentar la fe en una forma íntegra; por eso, Juan Pablo II llama a su catecismo una “norma segura”.
Sin embargo, en nuestro tiempo las normas han quedado obsoletas. Esto se aplica también a las normas de la fe, e incluso las afirmaciones de la Sagrada Escritura –en el fondo, las “norma normans non normata”– están hoy expuestas a la inobservancia o a la interpretación arbitraria por parte de quienes, según el Catecismo, son nombrados pastores y maestros de la Iglesia, es decir, el Papa y sus obispos.
Así, Pío X escribe en su catecismo: “El Papa y los obispos unidos a él forman la Iglesia docente. Se llama así porque tiene la misión de Jesucristo de enseñar las verdades y las leyes divinas a todos los hombres. Sólo de ella reciben los hombres el conocimiento pleno y cierto, necesario para vivir cristianamente” (n. 114).
Si aplicamos estas líneas como una “norma segura” al pontificado del Papa Francisco, nos parece, en el mejor de los casos, una caricatura de lo que una vez fue católico. Bajo su gobierno y el de sus seguidores, la “Iglesia docente” ya no sirve a la difusión de las “verdades y leyes divinas”, sino al error, la confusión e incluso la apostasía.
Esto probablemente ha quedado mejor demostrado –junto con demasiados ejemplos– con la introducción de una “bendición” de parejas irregulares y homosexuales, con la que Francisco y su “prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe” fundamentalmente se han apartado de la norma de la ley divina – lo que incluye a todos los obispos que los siguen en esto–.
Una “Iglesia” en la que la aceptación personal de la homosexualidad se ha convertido en un factor de integración en la jerarquía eclesiástica, sin duda, ya no es la Iglesia “católica” y, por tanto, ya no es la Iglesia de Cristo. Es un monstruo diabólico que se opone a la revelación divina, una “Iglesia gay” que es una caricatura del catolicismo tanto como el propio Francisco.
Cuando hablamos de la Iglesia católica hoy, sin duda hablamos de una Iglesia que ha sufrido una transformación tan profunda que sólo podemos hablar de una ruptura duradera con todo lo que ha sido católico a lo largo de los siglos.
Más aún que en el establecimiento de la “iglesia gay”, esto se puede ver también en la persecución sistemática de la misa tradicional en latín y de sus seguidores, es decir, todos aquellos que todavía son verdaderamente católicos.
Por parte del Papa y de su pueblo, esto se hace con un odio tan patológico que uno se inclina a llamar esta persecución “diabólica”, tanto más cuanto está dirigida a lo que es más sagrado para todos los católicos, es decir, la Santa Misa.
Ningún Papa antes de Francisco habría soñado jamás con lo que está sucediendo aquí, y ciertamente menos aún Pío X cuando escribió su catecismo.
Y, sin embargo, Francisco es sólo el síntoma más extremo de la desintegración del catolicismo, y es sin duda un motor que ha acelerado un proceso que ya estaba en marcha desde hacía mucho tiempo, probablemente mucho antes del Concilio Vaticano II.
A mediados de los años cincuenta, el joven Joseph Ratzinger escribió un ensayo espectacular sobre los neopaganos en la Iglesia católica. Ratzinger se refería a los infieles que, en la posguerra y en la emergente sociedad opulenta, se adhirieron formalmente a la Iglesia pero que hacía tiempo que habían sustituido su fe personal por sus propios ídolos.
Por supuesto, tenía razón en esto, pero el propio Ratzinger difícilmente habría adivinado en ese momento que estos neopaganos secuestrarían la Iglesia y se infiltrarían casi por completo en el clero, incluso en el papado.
Como Papa, Ratzinger sin duda trató de detener esta evolución, pero, si bien él mismo siguió siendo un fiel servidor y “colaborador de la verdad”, el impulso del neopaganismo pasó por alto su pontificado y trajo a uno de los suyos a la Santa Sede, en la persona de Francisco. ¿O de qué otra manera se podría describir a un Papa que niega públicamente la única salvación a través de Jesucristo, sino como un “neopagano”?
En la desintegración del catolicismo, las características del nuevo paganismo se han hecho evidentes desde entonces de manera llamativa y en todas partes: la Iglesia ya no es entendida como un fundamento divino y, por lo tanto, en la forma en que todos los catecismos la describen, sino como un patio de recreo para proyectos de reforma supuestamente “contemporáneos”.
Francisco ha dado a esta nueva Iglesia “católica” el nombre de “Iglesia sinodal” y se ha dado a sí mismo la apariencia de que puede cambiar la Iglesia a su antojo. Esto ya se ha visto en el indecible ejemplo de las “bendiciones gays”, y Francisco también echará una mano en otros ámbitos neurálgicos si la providencia todavía lo permite.
Ya no hay ninguna duda de que introducirá “diáconos” femeninos, y la apertura de los oficios de acólito y lector a mujeres laicas, todo apunta claramente en esta dirección.
Por cierto, este detalle muestra también el fin del catolicismo: oficios que hasta el Catecismo de Pío X pertenecían al sacramento del Orden como “órdenes inferiores” (cf. n. 400) fueron primero abolidos o profanados (1972) y ahora sirven para clericalizar a los laicos (mujeres), que pronto funcionarán como “diáconos” y un día ciertamente también como “sacerdotes”.
La –incipiente– reorganización de los ministerios ordenados, que ya se percibe en la táctica del Papa, tiene su precondición en la persecución de la Misa tradicional. En otras palabras: con los nuevos ministerios femeninos y la nueva Misa, está surgiendo también una “nueva” Iglesia.
El Papa Francisco podrá proclamar que esta Iglesia es “sinodal”, y bien puede serlo, sea lo que sea. Pero hay una cosa que ya no será: católica. Basta echar un vistazo a todos los catecismos que se han escrito a lo largo de la historia de la Iglesia para comprobarlo.
AcaPrensa / Joachim Heimerl / LifeSiteNews