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C. S. LEWIS Y LOS BIBLISTAS MODERNOS

No hace mucho, hablábamos del desastre que ha sido para la Iglesia la llamada exégesis liberal de la Escritura (que es una forma fina de llamar a las interpretaciones disparatadas de la Biblia hechas por curas sin fe ni temor de Dios). Siguiendo con ese tema, me ha parecido oportuno traducir para el blog el análisis que hizo C. S. Lewis de esa exégesis (y que los lectores que hablen inglés pueden encontrar, algo más desarrollado, en un ensayo que escribió, titulado “La teología moderna y la crítica bíblica”).

Quizá lo más interesante sea que, al no ser un experto en Sagrada Escritura o lenguas semíticas o similar, Lewis critica a los críticos bíblicos basándose en lo que él personalmente domina, que es la literatura y el sentido común. Basta examinar críticamente lo que dicen los críticos bíblicos para descubrir que sus críticas no se sostienen en lo más mínimo. Lewis ofrece cuatro objeciones principales a la exégesis modernista:

1) Cuando un biblista “me explica que algo que se dice en un Evangelio solo es leyenda o un relato romantizado, me gustaría saber cuántas leyendas y cuántos romances ha leído, y en qué medida su paladar está entrenado para detectar su sabor característico […] Llevo toda mi vida leyendo poemas, romances, literatura apocalíptica, leyendas y mitos. Conozco sus características y sé que ninguna de las [historias evangélicas] se parecen a ellos […] O bien los Evangelios están contando cosas que sucedieron y de forma muy cercana a los hechos, […] o bien un escritor desconocido del siglo segundo, sin predecesores o sucesores conocidos, repentinamente anticipó la totalidad de la técnica de la narrativa realista y novelística moderna”.

2) “Toda la teología liberal está basada en algún punto (y a menudo en todos los puntos) en la afirmación de que el verdadero comportamiento de Jesús, sus fines y su enseñanza fueron rápidamente malinterpretados y deformados por sus seguidores y solo han sido recuperados (o más bien, exhumados) por los expertos modernos […] Esa idea de que cualquier […] autor resultara opaco para los que vivían en la misma cultura, hablaban el mismo idioma y compartían las mismas imágenes habituales y suposiciones inconscientes, pero sea transparente para los que no tenemos ninguna de esas ventajas es, en mi opinión, un disparate. A priori, la improbabilidad es tal que casi no hay ningún argumento ni dato que pueda compensarla”.

3) “En tercer lugar, veo que esos teólogos utilizan constantemente el principio de que los milagros no existen […]. Esto es una cuestión puramente filosófica. Los expertos, como expertos, no tienen al respecto más autoridad que los demás. La regla de que ‘lo milagroso no es histórico’ es una regla que ellos mismos introducen en el estudio de los textos, no una que deduzcan de esos textos. Si es de autoridad de lo que hablamos, todos los críticos bíblicos del mundo no tienen ninguna en este tema”.

4) “Mi cuarta queja es la más sonora y la más larga. Los que reseñan [mis libros y libros de personas que conozco], amistosos u hostiles, […] te cuentan qué sucesos han hecho que el autor piense en esto o en aquello, qué otros autores han influido en él, cuál es su intención principal, a qué tipo de público se está dirigiendo principalmente, por qué y cuándo hizo lo que hizo […]. Mi impresión es que, en mi propio caso, ni una sola de esas conjeturas ha sido correcta en ninguno de sus aspectos. El método muestra un 100 % de fallos en su historial.

Podemos concluir que los ‘resultados comprobados de la [exégesis] moderna’ en cuanto a la forma en que se escribió un libro únicamente están ‘comprobados’ porque los que conocían la verdad están muertos y no pueden desmentirlos […]. No importa qué inventen los expertos en crítica bíblica, lo hacen confiando en que nunca se podrá demostrar con facilidad que están equivocados. A fin de cuentas, San Marcos está muerto y, cuando se encuentren con San Pedro, tendrán asuntos más urgentes que discutir”.

A pesar de esos cuatro fallos o puntos débiles fundamentales que señala C. S. Lewis, la crítica bíblica liberal o progresista, que se originó en el protestantismo y casi lo ha destruido, se ha extendido también en el catolicismo. Durante los últimos setenta años o más, la gran mayoría de los seminarios y centros universitarios católicos han asumido acríticamente los presupuestos de esa crítica bíblica, sin molestarse en medir las consecuencias, que han sido catastróficas, primero entre el clero, destruyendo la fe de dos generaciones de sacerdotes, y después, poco a poco, entre los fieles, que se han ido contagiando también. Como dice el propio Lewis, “antiguamente, el laico se esforzaba por ocultar el hecho de que creía mucho menos que su vicario; ahora tiende a esconder que cree mucho más que él”.

¿Hasta cuándo seguirán así las cosas? No lo sé, pero rezo para que Dios nos libre de una vez de esta plaga (anti)bíblica.

AcaPrensa / Bruno Moreno / Espada de doble filo

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