El cardenal Fridolin Ambongo Besungu, arzobispo de Kinshasa, ofició la Misa en representación del Papa.
«Estoy convencido de que la sangre de nuestros bienaventurados mártires nos obtendrá el don de la paz», aseguró el cardenal durante la homilía.
El purpurado también hizo un llamamiento a la paz: «¡Basta de violencia! ¡Basta de barbarie! ¡Basta de matanzas y muertes en suelo congoleño!, la violencia y las guerras son el resultado de la necedad». Para el arzobispo de Kinshasa «son conductas de personas que se alejan del camino de la inteligencia, de personas insensatas que no temen a Dios ni respetan al hombre, creado a imagen y semejanza de Dios».
«Dios no quiere las guerras. Dios no quiere la violencia. Dios no quiere los conflictos. Porque los conflictos armados degradan al hombre y lo privan de la dignidad de ser hijo de Dios. La violencia, los conflictos y las guerras son obra del diablo y de sus acólitos que siembran desolación y muerte». Palabras similares pronunció también en el Ángelus el Papa Francisco que desde la plaza de San Pedro recordó así a los nuevos beatos: «Su martirio fue la culminación de una vida dedicada al Señor y a sus hermanos. Su ejemplo y su intercesión puede promover caminos de reconciliación y de paz por el bien del pueblo congoleño».
Subieron a los altares los tres misioneros javerianos, dos sacerdotes y un religioso, y un sacerdote diocesano, que fueron asesinados en Baraka y Fizi, en República Democrática del Congo, el 28 de noviembre de 1964. Después de que el Congo consiguiera la independencia en 1960, la fase de transición del colonialismo franco-belga a la nueva situación sociopolítica también se caracterizó por la criminalización de la Iglesia católica. Patrice Lumumba, elegido democráticamente y filosoviético, fue ejecutado en 1961 por el coronel Mobutu quien, tras un período de convulso, dividió el poder entre su facción (los Mobutu) y la de los Kasavubu. En 1963, Pierre Mulele, ex ministro del gobierno de Lumumba, regresó al Congo después de un período de adoctrinamiento ideológico y entrenamiento militar en China, dando lugar a un movimiento de revuelta contra las estructuras gubernamentales de Leopoldville y contra cualquier presencia europea. Los guerrilleros adoptaron el nombre de Simba (leones en swahili). En este clima, mientras los europeos y la mayoría de los misioneros católicos y protestantes abandonaban el Congo, los javerianos decidieron quedarse.
Luigi Carrara nació en Cornale di Pradalunga el 3 de marzo de 1933. Ingresó en el Instituto de los Misioneros Javerianos en 1947. Hizo la profesión temporal el 12 de septiembre de 1954 y la profesión perpetua el 5 de noviembre de 1959. Fue ordenado sacerdote el 15 de octubre de 1961 y al año fue enviado a Baraka. Su apostolado misionero se caracterizó por la intimidad con Cristo en la oración y el servicio incondicional a los más pequeños y humildes. Otro de los beatos es Giovanni Didonè. Nacido en Rosà el 18 de marzo de 1930, ingresó en el Instituto de los Misioneros Javerianos en 1950. Hizo los votos temporales el 12 de octubre de 1951 y los perpetuos el 5 de noviembre de 1954. Ordenado sacerdote el 9 de noviembre de 1958, al año siguiente fue enviado a Fizi. Por su parte, Vittorio Faccin nació en Villaverla el 4 de enero de 1934 y entró en Instituto de los Misioneros Javerianos en 1950. Hizo su profesión religiosa el 8 de diciembre de 1952 y en 1959 fue enviado en misión a Baraka. Por último, fue beatificado Albert Joubert. Nacido en Saint Louis de Mrumbi-Moba, entonces Congo Belga, el 18 de octubre de 1908, de padre francés, perteneciente a la guardia pontificia, y de madre africana. Fue ordenado sacerdote el 6 de octubre de 1935, después de haber desempeñado su apostolado en diversas parroquias y diócesis.
Todos ellos fueron asesinados el 28 de noviembre de 1964. Ese día, hacia las 14.00 horas, un jeep militar se detuvo frente a la iglesia de Baraka. Bajó Abedi Masanga, líder de los rebeldes mulelistas que ocupaban la zona desde hacía meses. Invitó al hermano Vittorio Faccin a subir al jeep y cuando este se negó, le disparó en el pecho y le mató. Después de escuchar los disparos, el padre Carrara, que estaba confesando, salió de la iglesia. Abedi le ordenó subir al coche, pero el padre Carrara, al ver a su hermano muerto, se arrodilló delante de su cuerpo y fue asesinado de un tiro en la cabeza. Los cadáveres de los dos religiosos fueron horriblemente desmembrados y uno de los brazos del hermano Vittorio fue llevado como trofeo por el pueblo de Baraka por un joven del comando rebelde, que más tarde se convirtió. Después de estos asesinatos, el jeep del coronel Abedi Masanga partió hacia Fizi, donde llegó por la tarde. Aquí, contra el consejo de los líderes de los rebeldes mulelistas que controlaban la misión y protegían a los padres javerianos, se dirigió a la parroquia y llamó a los religiosos. El padre Didonè abrió la puerta junto con el padre Joubert. Al ver las armas, el padre Didonè apenas tuvo tiempo de persignarse cuando el coronel Abedi Masanga disparó y le alcanzó en la frente. Inmediatamente después, Abedi disparó también contra el Abbé Joubert, alcanzándole en el pecho. Joubert, herido, intentó alejarse, pero fue alcanzado mortalmente por otro disparo por detrás.
El proceso de beatificación estableció que fueron asesinados por odio a la fe. Sus asesinatos ocurrieron en un contexto ateo y antirreligioso caracterizado por un trasfondo mágico-supersticioso que animaba a los milicianos Simba. La religión cristiana fue objeto de una oposición violenta, con iglesias saqueadas, sagrarios e imágenes sagradas profanadas. Hubo episodios de ultraje y destrucción de símbolos religiosos.
La violencia Simba se dirigió no solo contra religiosos y religiosas blancos, sino también contra sacerdotes, religiosos y religiosas negros y esto confirmaría el odio antirreligioso que los movía. Los Simba contrastaban el cristianismo con su religión tradicional compuesta de ritos tribales y animistas. El autor de los asesinatos, Abedi Masanga, que era cristiano, cambió radicalmente tras ser adoctrinado por los chinos en la ideología maoísta profundamente anticristiana.
Sabían que algunos hermanos javerianos de Uvira habían sido tomados como rehenes por los rebeldes y corrían grave peligro de muerte. Ellos mismos habían sido testigos de los numerosos crímenes de los rebeldes Simba. Eran conscientes de los riesgos y su decisión de permanecer en el lugar, a pesar de todo, confirma su voluntad de aceptar el martirio para no abandonar a los fieles y a la misión. El Abbé Joubert también expresó su disponibilidad para aceptar el martirio. Para los cuatro, fue la culminación de una vida entregada enteramente al Señor y a los demás.
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