¿CUÁNTO PESA LA FALTA DE UN MARCO LEGAL CONFIABLE EN LA IGLESIA?

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El Papa Francisco regresó a la Domus Sanctae Marthae hace dos semanas, después de más de un mes en el Gemelli de Roma. Aparte de una breve aparición el domingo, al final de la Santa Misa por el Jubileo de los Enfermos y del Mundo de la Salud, el Papa no ha sido visto en público desde su sorpresiva parada en Santa María la Mayor. La información sobre su salud llega dos veces por semana y habla de las mejoras y el buen humor del Papa.

Sin embargo, no podemos esperar que el Papa aparezca cada vez, e incluso su breve participación en la liturgia de ayer fue una especie de sorpresa. En resumen, cada vez más tendremos que lidiar con un Papa invisible. La invisibilidad del Papa es un hecho nuevo en la historia reciente de la Iglesia. El Papa Juan Pablo II, aunque enfermo y casi incapaz de hablar, nunca renunció a hacerse ver por la gente. Su enfermedad fue expuesta públicamente y sirvió como gran testimonio cristiano de aceptación del dolor y del camino hacia la vida eterna.

El Papa Francisco tiene un enfoque diferente. También se ha considerado cuidadosamente el uso de sillas de ruedas. El Papa quiere mostrarse fuerte, capaz de soportar un cansancio considerable y no quiere renunciar a ningún contacto con la gente. El 9 de enero, ya con dificultad respiratoria, se reunió con el Cuerpo Diplomático. No leyó el discurso, sino que saludó a cada uno individualmente, sin escatimar esfuerzos. Lo mismo hizo el 9 de febrero, cuando presidió la celebración de la Santa Misa por el Jubileo de las Fuerzas Armadas, Policiales y de Seguridad. No leyó la homilía, sino que permaneció dos horas en el frío y luego saludó a todos los que pudo.

Hoy sabemos que ese esfuerzo contribuyó a agravar su cuadro, lo que derivó en la crisis que lo obligó a permanecer hospitalizado durante casi mes y medio. Y también sabemos que en ese momento el Papa estaba luchando contra una neumonía polimicrobiana bilateral.

Pero las condiciones del Papa Francisco deben hacernos reflexionar también sobre el gobierno de la Iglesia. Ninguna decisión puede tomarse sin el Papa. En la Sede Vacante, los cardenales se reúnen en Congregación General y deciden sólo sobre algunas cuestiones prácticas y ordinarias. Pero todo lo demás concierne al Papa y sólo al Papa.

Y aun así, la vida de la Iglesia continúa. Mientras el Papa Francisco se recupera, el Secretario de Estado, cardenal Pietro Parolin, ha hecho saber que al Papa solo se le remiten los asuntos más urgentes. Irónicamente, la Secretaría de Estado ha vuelto a su papel central en lo que parece ser el final de su pontificado.

En doce años, el Papa Francisco nunca ha cambiado la dirección de la Secretaría de Estado, pero ha erosionado cada vez más sus poderes. La Secretaría de Estado había sido identificada como una especie de estado profundo dentro del aparato de gobierno central de la Iglesia, y el Papa Francisco se mostró cauteloso al respecto desde el principio. El Papa Francisco ni siquiera había incluido al Secretario de Estado en el Consejo de Cardenales, originalmente el C8. Parolin asistió a las reuniones y se unió al gabinete en julio de 2014, más de un año después de su creación.

Además, la Secretaría de Estado perdió primero la Presidencia de la Comisión de Cardenales del Instituto para las Obras de Religión (IOR) y fue completamente expulsada de la Comisión en el último mandato, poniendo fin así a una tradición de colaboración entre la institución financiera central de la Santa Sede y su órgano institucional. Incluso desde el punto de vista de la comunicación, la Secretaría de Estado ha quedado relegada a un segundo plano. El Papa Francisco creó el Dicasterio para la Comunicación, que incluye la Dirección de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, que durante años dependió directamente del Palacio Apostólico. Nos encontramos pues con una estructura que recibe información de la Secretaría de Estado, por donde pasan todos los nombramientos, pero que ya no depende únicamente de la Secretaría de Estado en términos de comunicación.

El Papa Francisco, en resumen, siempre ha gobernado sin Secretaría de Estado, utilizando sus canales personales para asuntos diplomáticos y sus contactos para decisiones claves. Hoy en día, la Secretaría de Estado ha vuelto a convertirse en el órgano al que todos se remiten. Es normal. En una confusión de poderes y decisiones, se mira en la Institución. La cuestión es que el gobierno sigue siendo débil si la institución se debilita. En estas circunstancias vemos estallar con fuerza el dramatismo del pontificado del Papa Francisco.

Desde hace años el Papa trabaja en una reforma de la Curia que pretende suponer un cambio de mentalidad. Sin embargo, esta reforma, estudiada con la ayuda de costosos consultores externos, no tuvo mucho en cuenta la mentalidad de las estructuras. La idea, muy funcionalista, es que la reestructuración de las cosas produciría una nueva mentalidad. Que una clara separación de poderes erradicaría la corrupción. La apertura a nuevas formas de gobernanza, como la sinodalidad o los roles de responsabilidad para las mujeres, conduciría a un mundo nuevo.

Pero las reformas las hacen las personas, no las estructuras. Instituciones terribles pueden realizar excelentes trabajos debido a la calidad de las personas que trabajan en ellas. También es cierto que las estructuras excelentes pueden mejorar el trabajo de las personas mediocres. Los malos elementos siempre encontrarán una forma de arruinar el trabajo de personas buenas e incluso excelentes, si se les da suficiente espacio y tiempo.

En la opinión del Papa Francisco, era el impulso misionero de la Iglesia el que necesitaba ser revitalizado, y él buscaba esto más que una reforma de estructuras, muchas de las cuales simplemente destruyó y otras evadió o desactivó sustancialmente. Si hubiera una cuestión jurídica, se trataría del propio Papa, de su papel, de su poder, de las delegaciones que podía dar personalmente.

La renuncia del Papa Benedicto XVI no sólo creó la figura del Papa Emérito, sobre la que el Papa Francisco nunca había intervenido durante los nueve años de convivencia. También destacó la posibilidad de que un Papa renuncie y, por tanto, la necesidad de entender en qué condiciones el Papa debe renunciar o quién debe gobernar en el caso de un Papa que está enfermo durante algún tiempo.

Hoy en día, puedes enfermarte y permanecer vivo durante mucho tiempo. Pío VI continuó siendo Papa incluso en el exilio. ¿Pero qué sucede cuando el Papa está allí, está lúcido, pero no puede, por razones objetivas, verificar todo? Se trata de la cuestión de la sede impedida y del gobierno de la Iglesia en el caso de un Papa, que puede ser invisible por diversas razones.

La cuestión de la legitimidad del gobierno sustituto permanecerá mientras persista la ausencia de una ley clara (o de una expresión clara de la voluntad del Papa). Nada nuevo bajo el sol. También ocurrió con el Papa Juan Pablo II. Es cierto. Y el Papa Benedicto XVI quiso evitar tal situación y por eso renunció. Pero precisamente porque ya ocurrió, hubiera sido bueno empezar a darle un marco legal a todo el asunto.

El Papa Francisco, en cambio, se ha centrado totalmente en sí mismo, actuando sobre las instituciones y no sobre las tareas, enfatizando su liderazgo en detrimento del gobierno. Hoy se encuentra gestionando una situación que probablemente no era la que había imaginado, simplemente porque no pensó en proporcionar una estructura de gobernanza real. Así pues, el pontificado invisible nos muestra una cosa: la Iglesia no puede estar sin un líder, incluso si ese líder sólo está presente a través de la ley. Con el tiempo, alguien asumirá el papel porque se necesita unidad. Quizás esta fase del pontificado sea el final del paréntesis de la Iglesia como “hospital de campaña”. Porque si seguimos viviendo en emergencia, no planificamos el futuro. Una gran paradoja de este pontificado es que la Iglesia en salida corre ahora el riesgo de encorvarse sobre sí misma, y el Papa no puede dejar de observarlo.

AcaPrensas / Korasym / Andrea Gagliarducci

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