RIESGO DE FUERTES PRESIONES EXTERNAS EN EL PRÓXIMO CÓNCLAVE: CUÁLES SON Y POR QUÉ

¿Quién será el nuevo Papa? ¿Cuáles son las incógnitas y los posibles riesgos del próximo cónclave? Sin faltarle el respeto, por supuesto, a Francisco, de ochenta y ocho años, ahora recuperado de una neumonía y de nuevo en las carreras, las preguntas que desde hace tiempo llegan desde la base se han vuelto más frecuentes. Para los mismos cardenales es natural mirar hacia adelante, diseccionar cada paso e imaginar la Iglesia del futuro.
Es un escenario magmático y muy complejo analizado esta vez por uno de los historiadores de la Iglesia más autorizados a nivel internacional, Alberto Melloni, que en un volumen monumental recién publicado (El Cónclave y la elección del Papa, editado por Marietti, 400 páginas, 28 euros) recorre en retrospectiva el ritual casi esotérico del “Cum Clave”, bajo llave, arrojando luz sobre las reglas centenarias y las dinámicas inmaculadas, sin olvidar nunca que desde que comenzó la práctica de la designatio del obispo de Roma en los primeros siglos, muchas cosas han cambiado, otras se han actualizado y tal vez – él mismo lo espera – incluso ahora habría que corregir algunos puntos críticos, al menos para limitar los riesgos. En comparación con el pasado, durante el próximo cónclave podrían entrar en juego factores nuevos e imprevistos hasta el punto de condicionar el propio proceso.
Es por esta razón que, señala Melloni, sería útil modernizar algunos pasajes constitucionales de la Universi Dominici Gregis. En las próximas elecciones, de hecho, podría reaparecer algo muy parecido a ese “formidable poder de veto” que tuvieron las coronas católicas hasta 1903. En el siglo XXI, la presión indirecta podría ser ejercida por los imperios de las redes sociales o por aquellos que tienen la fuerza tecnológica “para guiarlos o tienen interés en activarlos con mentiras (quod vulgo dicitur, fake news) o mezclas de verdades manipuladas”.
Factores que acabarían ejerciendo poder de veto. Un bloque de este tipo es el riesgo más probable que se puede vislumbrar, considerando también la composición del cuerpo electoral, nunca tan heterogéneo y numeroso: 135 cardenales que, entre otras cosas, no se conocen bien entre sí. Antes de votar, los electores deberán –como es práctica habitual– participar en las Congregaciones Generales donde escucharán discursos de siete minutos, de los que saldrán resúmenes o extractos. «En esa etapa sería fácil construir información distorsionada a través de medios viejos y nuevos», quemando a candidatos potenciales o promocionando a otros. Insinuaciones, noticias artificiales o directamente calumnias sobre los temas más dispares, pero sobre los cuales la opinión pública es muy sensible: por ejemplo: encubrimientos de abusos, encubrimientos de escándalos, administraciones desastrosas en las finanzas diocesanas, esqueletos en el armario de diversa índole.
¿Qué hacer? Para reducir los riesgos, el Papa debe diseñar –con algunos cambios reglamentarios en la Constitución– “un cónclave más lento, más laborioso y más silencioso que los dos anteriores”. Melloni escribe: «Descomprimir la paroxística presión mediática, abrir oportunidades de intercambio, construir un pliego electoral menos crudo que aquel anti italiano y anti curial que eligió a Francisco en 2013, pero que en el futuro podría llevar a elecciones irreflexivas y sin resistencia».
La relación con los medios de comunicación sigue siendo, de hecho, decisiva para “formar el juicio de los cardenales, la conciencia de la Iglesia y la opinión pública”. Melloni define esta zona como una especie de “cabina de votación” colectiva. Es muy importante garantizar “el aislamiento de los electores”, incluso digital, para evitar que sean influenciados desde el exterior en las dos primeras semanas de trabajo”.
Hacia el futuro pesan sobre la Iglesia muchas incógnitas, empezando por las reformas trazadas por Bergoglio en estos doce años que a menudo han acabado desgastando el tejido eclesial en lugar de fortalecerlo. Por ejemplo, hay que completar y hacer más transparente la cuestión de los abusos, hacer cumplir las reglas canónicas, armonizar la reforma curial y, por último, la gran incógnita de las finanzas.
Y luego qué papel dar a las mujeres, las posibles aperturas sobre el celibato sacerdotal, la cuestión china abierta con el acuerdo sobre los nombramientos de obispos y finalmente el desarrollo de la sinodalidad. A esto se suma la posible recuperación del ala más tradicionalista y conservadora que ha estado en pie de guerra durante años.
El papel del cónclave, sin embargo, sigue siendo el mismo de siempre: «conseguir por cualquier medio una elección indiscutible del obispo de Roma; ministerio que conlleva un servicio de unidad que, en la doctrina católica, lo habilita, en virtud de la gracia conferida en la consagración episcopal, para las tareas de pastor del pueblo de Dios peregrino en Roma y de pastor de la Iglesia universal».
Melloni añade: «De este procedimiento, si logra ser incuestinable e indiscutible, podría surgir un hombre santo como Juan XXIII (Angelo Giuseppe Roncalli) o un fanático como Pablo IV (Gian Pietro Carafa): pero lo que la elección debe evitar es una apelación que inhiba el servicio a la comunión o incluso sea capaz de desencadenar un cisma, como de hecho ha sucedido».
Melloni recuerda que ya en el momento de la muerte del Papa Pecci, el entonces cardenal Mathieu señaló en francés que una enfermedad contagiosa y periódica ataca siempre a la Ciudad Eterna: la fiebre del cónclave. Entre bastidores, intercambios de opiniones e información, movimientos imperceptibles de grupos de cardenales. El marco para la elección del sucesor de Pedro siempre se ha presentado así, pero en lugar de reflexionar sobre el futuro nombre del sucesor de Francisco surge la pregunta recurrente: ¿quién será el próximo Papa?
Tal vez sería más útil, señala el autor, entender la agenda que elegirán los cardenales. Porque “la agenda es menos extraordinaria, pero permanecerá, como vimos en el caso de la agenda anti italiana y anti curial de los electores de Francisco en 2013”. La agenda, de hecho, refleja siempre las tendencias más profundas del gobierno papal y tal vez los electores deberían centrarse precisamente en esto para evitar, más tarde, pensar “que han elegido al intérprete equivocado de una partitura que compartía” pero que luego cambió durante el proceso.
AcaPrensa / Franca Giansoldati / Il Messaggero