¿CÓMO SERÁ LA ASAMBLEA DE LA IGLESIA DEL 2028?

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Queridos amigos y enemigos de Stilum Curiae, proponemos a su atención este artículo publicado por Tradizione Famiglia Proprietà, a quien agradecemos la cortesía. Feliz lectura y difusión del mensaje.

 

¿Cómo será la Asamblea Eclesiástica del 2028?

 

Conozca la Asamblea latinoamericana de 2021 (Primera parte)

 

El 11 de marzo, desde su cama en el Policlínico Gemelli –donde ocho días antes había estado al borde de la muerte–, el Papa Francisco convocó a la Iglesia universal a reunirse en asamblea eclesial en octubre de 2028. Para esa fecha ya podríamos tener un nuevo Papa. Al parecer, la idea es lograr que el Sínodo sobre la sinodalidad llegue a la fase final de su “recepción”. El Pontífice pretende dejar la sinodalidad como principal legado de su pontificado.

 

El Secretario General del Sínodo de los Obispos, el cardenal maltés Mario Grech, declaró a Vatican News que esta asamblea eclesial sustituirá a una nueva asamblea sinodal sobre la sinodalidad[1]. ¿Cuál es la diferencia? Para que una asamblea se defina como sinodal, la mayoría de los participantes deben ser obispos. Como sugiere el nombre, esto no es necesario en una asamblea eclesial que reúne a todo el Pueblo de Dios, integrado mayoritariamente por laicos, especialmente mujeres.

 

Esta hipótesis –acertadamente sostenida por el conocido canonista P. Gerald Murray en un artículo para The CatholicThing[2] – encuentra confirmación en un precedente menos conocido: la Primera Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe. Se desarrolló entre 2019 y 2021, culminando en un evento híbrido –presencial y online– con más de mil delegados. Como las restricciones debido a la pandemia de COVID-19 aún estaban vigentes, 966 delegados participaron en línea y 72 se reunieron en persona en la Ciudad de México del 21 al 28 de noviembre de 2021[3].

 

La iniciativa de esta asamblea eclesial continental partió del propio Papa Francisco. Los líderes del Consejo Episcopal de América Latina y el Caribe (más conocido por su sigla CELAM) le habían solicitado permiso para realizar la VI Conferencia General del Episcopado. En cambio, el Pontífice propuso (de manera “profética”, según los organizadores) “dar espacio a un proceso más acorde con nuestro tiempo: un encuentro eclesial y sinodal, en el que todo el Pueblo de Dios pudiera participar y expresarse”, para “asumir nuevos desafíos pastorales”.[4]

 

Resulta que el número de prelados en esa reunión final en Ciudad de México fue menos de una cuarta parte de los participantes: sólo 10 cardenales (1%) y 233 obispos (21%). Sumando 264 sacerdotes y diáconos (24%), los representantes del clero estaban en minoría, pues la mayoría estaba compuesta por 428 laicos y laicas (39%) y 160 religiosos y religiosas (15%)[5].

 

Los organizadores se mostraron orgullosos de esta composición: «Es la primera vez que celebramos una Asamblea Eclesial —y no solo una Asamblea Episcopal— en nuestra Iglesia, en esta región. En ella experimentamos la novedad del Espíritu que nos sorprende y nos conduce por nuevos caminos de conversión y renovación personal, comunitaria e institucional».[6]

 

Desde el principio, el evento fue visto como una iniciativa pionera destinada a servir como modelo futuro para la Iglesia universal. Tanto el Papa Francisco como la Secretaría General del Sínodo de los Obispos están muy interesados en escuchar las experiencias y los aprendizajes que surgen del desarrollo de la Primera Asamblea Eclesial y del proceso de escucha previo a su realización. Ofrecemos algo nuevo a la Iglesia universal al celebrar por primera vez una Asamblea Eclesial en la que participan activamente los diversos sectores del Pueblo de Dios.[7]

 

Como en el pasado, y particularmente en la Conferencia de Medellín de 1968[8], “la Iglesia en esta región ha sido pionera en muchos ámbitos de recepción del Concilio Vaticano II y continúa siéndolo”. Dado que “un fruto muy importante del Sínodo para la Amazonía fue la instauración de la Conferencia Eclesial de la Amazonía (CEAMA), un organismo eclesial sin precedentes en la Iglesia universal, nacido en junio de 2020 y que el 17 de octubre de 2021 fue erigido canónicamente por el Papa Francisco”[9]. Es evidente que la novedad reside en que se trata de una conferencia eclesial y no episcopal, como las que existen en todo el mundo. Además, el propio CELAM está en proceso de reestructuración, y con ello “se están sentando las bases para una Iglesia sinodal en la región”[10]. En otras palabras, es probable que el CELAM deje de ser una conferencia episcopal y se convierta en un consejo eclesial compuesto por todos los bautizados.

 

¿Cuáles son los fundamentos teológicos de este cambio copernicano en las estructuras de la Iglesia? Son los mismos que denunciamos en nuestro estudio de 2023, Proceso sinodal: la caja de Pandora[11]. El documento que resume las propuestas de la fase de escucha de la Asamblea Eclesial afirma que la conversión pastoral que necesita la Iglesia latinoamericana debe entenderse “a partir de una eclesiología caracterizada por la imagen del Pueblo de Dios”, que “incorpore a todos sus miembros como sujetos de la Iglesia”, “tenga un carácter sacerdotal y profético a través del bautismo” y “sea configurada por los ‘carismas’ con una múltiple y variada riqueza de dones”, de modo que todos los fieles posean “un instinto de fe —sensus fidei— que les ayude a discernir lo que es verdaderamente de Dios”. De ello se desprende que “la sinodalidad no puede ser sólo un concepto o un acontecimiento particular, sino que debe encarnarse tanto en las estructuras como en los procesos eclesiales”, ya que es “un modo natural de ser Iglesia”, donde los laicos “son parte activa y creativa en la ejecución de proyectos pastorales en beneficio de la comunidad”.[12]

 

La primera fase de escucha de la Asamblea Eclesial, que tuvo lugar entre abril y agosto de 2021, tuvo como objetivo “discernir los signos de los tiempos y acoger los gritos y las esperanzas de los pobres, de nuestra hermana madre tierra y de todo el Pueblo de Dios”. Según los organizadores, participaron aproximadamente 70.000 personas: 47.000 en “diferentes espacios comunitarios” (es decir, reuniones de grupo), 8.500 como colaboradores personales y 14.000 en foros de reflexión temática[13].

 

En un artículo para La Civiltà Cattolica, el cardenal jesuita peruano Pedro Barreto y el laico mexicano Mauricio López, cofundador de la Red Eclesial Panamazónica y expresidente mundial de las Comunidades de Vida Cristiana (una especie de tercera orden laica de los jesuitas), esbozan un balance final. Su testimonio es significativo porque el Cardenal Barreto formaba parte de la comisión de animación de la Asamblea Eclesial, mientras que Mauricio López era el coordinador de la comisión de escucha. En el artículo reconocen que estos 70.000 participantes representan un número modesto, si se compara con los 350 millones de católicos presentes en la región. Sin embargo, lo consideran un número significativo, teniendo en cuenta que la consulta tuvo lugar en medio de la epidemia de Covid y, sobre todo, si se compara con “experiencias eclesiales recientes en las que la participación se redujo a unas pocas decenas de personas, casi siempre provenientes de estructuras oficiales”.[14]

 

Sin embargo, el cardenal Barreto y Mauricio López reconocen que no han podido profundizar en las voces de los “improbables” y que, en las delegaciones enviadas a México, “prevaleció la tentación de delegar en grupos más institucionalizados o más cercanos al pensamiento de quienes ocupan puestos de liderazgo en la Iglesia”. Además, “deberían haber desempeñado el papel de representantes de las diferentes voces de la Iglesia en sus países, pero en muchos casos no ha sido así”[15]. Nada nuevo bajo el sol, pues esto es lo que ocurrió también en el sensacional Camino Sinodal Alemán y en las diversas fases del Sínodo sobre la Sinodalidad, con la diferencia de que estos dos autores lo reconocen.

 

La comisión de escucha coordinada por Mauricio López elaboró una Síntesis narrativa: La escucha en la Primera Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe[16], que recogió las principales intervenciones en más de doscientas páginas y posteriormente elaboró el mencionado Documento para el discernimiento comunitario, puesto a disposición de todos los participantes de la Asamblea Eclesial. Esta Síntesis es preciosa porque recoge, sin filtros, lo que el sensus fidei del Pueblo de Dios dice a la Iglesia bajo el soplo del Espíritu Santo. Representa una verdadera mina de oro de información sobre los cambios radicales que la nomenclatura eclesiástica y sus partidarios en diversos niveles están tratando de introducir en la Iglesia.

 

Para facilitar la lectura, los temas presentados en este documento se presentan de manera diferente al orden elegido por el comité de coordinación. Todos los textos están tomados de la Síntesis Narrativa antes mencionada. Sólo se dan los números de página, ahorrándole al lector la molestia de tener que saltar entre las referencias de muchas notas, ya que pocos podrán consultar el original en español.

 

  1. Clericalismo

 

Como era de esperar, el tema 2.7, “Clericalismo”, dentro del bloque temático 2 (“Iluminar-discernir la realidad”) (p. 82), proporcionó el combustible emocional para inculcar una especie de lucha de clases entre laicos y clérigos en la Iglesia. La llamada plaga del clericalismo “da un poder excesivo al clero y obstaculiza el camino hacia una Iglesia sinodal en salida” (p. 110). Según la Síntesis, “está todavía muy presente un modelo piramidal, jerárquico de Iglesia, que ignora la riqueza de la diversidad de ministerios y carismas, impide un modelo comunitario de animación y deja fuera de los roles de servicio a muchos miembros que sostienen la misión” (p. 108). En el tema 4.7, “Laicos”, se pone énfasis en el hecho de que la estructura jerárquica “conduce a la exclusión de los laicos” (p. 184). El Foro 31, dedicado a los laicos, es aún más vehemente en su crítica: «Los laicos somos la gran mayoría del Pueblo de Dios. Nuestra dignidad nos viene del Bautismo. Nuestra vocación no es menos digna que la de los consagrados. Somos, por tanto, sujetos eclesiales y protagonistas de la misión en los procesos de toma de decisiones. No debemos aceptar ser considerados colaboradores de los consagrados, ya que tenemos una corresponsabilidad eclesial y social que se expresa en el camino sinodal» (p. 185).

 

Por el contrario, las Comunidades Cristianas de Base (CCB) “son un modo de [ser] Iglesia que resiste al clericalismo” (p. 108) porque en ellas “hay un despertar, especialmente de los laicos, al reconocimiento de la propia dignidad y del propio papel ministerial en la Iglesia, en el espíritu del Concilio Vaticano II” (p. 108). Contribuyen a “superar la división/oposición entre clero y laicos para avanzar hacia una autocomprensión carismática de las comunidades eclesiales desde el binomio comunidad-ministerios que posibilite la conversión sinodal, para superar el clericalismo” (p. 211). Las CCB son lo opuesto a las parroquias tradicionales, que tienen “poca participación efectiva de los laicos en las decisiones parroquiales (espacios consultivos o directivos), o en la Iglesia en general” (p. 109).

 

Para combatir el clericalismo, «lo primero que debe reevaluarse es el reconocimiento de la condición bautismal de cada seguidor de Jesús, a la que todos estamos llamados. Todos somos sacerdotes, profetas y reyes independientemente de los sacramentos» (p. 111), y, por lo tanto, «debemos pasar de la estructura piramidal de poder a otra imagen, con mayor horizontalidad y fraternidad, en la que prevalezca la dignidad igualitaria recibida a través del Bautismo y la experiencia viva de la vida comunitaria» (p. 111). Esto requiere “cambios en las estructuras eclesiásticas que promuevan la participación del pueblo de Dios en todos los niveles” (p. 112).

 

  1. Sinodalidad

 

Obviamente, la panacea para resolver el clericalismo es la sinodalidad, tema abordado en el punto 2.8 (p. 115). El signo más significativo de esperanza es la propia asamblea eclesial, que camina hacia la meta de una Iglesia sinodal del siglo XXI, que vea “a todas las personas con igual dignidad de hijos de Dios, sin clericalismos que se han constituido en casta o clase superior, y confiando en que el Espíritu habla a través de todos los hombres y mujeres” (p. 115); Por eso, «escucha la voz de todo el Pueblo de Dios», ayudándolo a «romper las estructuras rígidas que encierran a la Iglesia» (p. 115). Esta salida es imperativa porque “cuanto menos democráticas y participativas sean las estructuras de las organizaciones, más propensas son a abusos de todo tipo” (p. 115). Además, la “autogestión comunitaria” hace realidad el sueño de “una Iglesia comunitaria” (p. 115). Para “salir de una Iglesia monárquica” hay que preguntarse: “¿Es posible que esta estructura eclesial permita el nacimiento de la sinodalidad?” (p. 115), pues “se reconoce la necesidad de construir nuevas estructuras eclesiales en las que la democracia sea entendida como una forma de organizarnos con límites en el ejercicio del poder, con responsabilidad en su ejercicio y con espacios de decisión compartidos y dialogados” (p. 115). Por eso se queja de que “no hay objetivos ni herramientas para hacer visible este gran cambio ‘copernicano’ en las estructuras de la Iglesia” (p. 115) porque lo que importa es “acoger el gran cambio en la estructura de la Iglesia y dejar que se realice este cambio deseado por todos” (p. 116), demoliendo así “las estructuras eclesiales anticristianas que producen clericalismo” (p. 116).

 

  1. Feminismo ministerial

 

La lucha de clases entre laicos y clérigos se hace particularmente virulenta en el tema 2.5, titulado “Mujeres” (p. 95), donde se afirma que “lo que más duele” (p. 95) respecto a la situación de las mujeres en el ámbito eclesial es el hecho de que “algunas autoridades, en muchos casos, son conservadoras, machistas y clericalistas” (p. 95), ya que “una teología patriarcal, que no es liberadora, que no tiene en cuenta el pensamiento de las mujeres y que no se ha adaptado a la nueva realidad, sigue presente en muchos espacios eclesiales” (p. 99).

 

Según la Síntesis Narrativa, la posición inferior de la mujer en la Iglesia deriva de que “la estructura jerárquica ascendente de la Iglesia es un callejón sin salida; es una estructura heredada de la Edad Media”, por lo que “hay que trabajar para generar una estructura más comunitaria y una dinámica distinta” (p. 99) y “desmantelar la Iglesia machista y patriarcal” (p. 100), ya que “el formato medieval y patriarcal que moldeó a la Iglesia de ayer” (p. 100) aún persiste en las diócesis y “el clero no quiere ceder el poder para que las mujeres puedan participar en la corresponsabilidad como iguales” (p. 100). Como se afirma más adelante en el tema 2.7, el clericalismo “se expresa en estructuras diseñadas por hombres y para hombres (con rasgos machistas), perdiéndose la riqueza del aporte femenino en muchos ámbitos” (p. 108).

 

En consecuencia, “no hay una reflexión seria sobre la posibilidad de recibir ministerios ordenados para mujeres aun cuando la Iglesia está poblada mayoritariamente por mujeres” (p. 95). Por tanto, es necesario “reconocer el trabajo y los servicios de las mujeres en la Iglesia instituyendo ministerios, incluidos el sacerdocio y el diaconado, no en el actual esquema clerical sino a partir de una experiencia sinodal” (p. 101). Esto se traduce en la propuesta específica de “solicitar cambios al derecho canónico y a la estructura eclesial para que las mujeres puedan asumir ministerios eclesiales/reflexionar seriamente y abrirse a la posibilidad de ministerios ordenados (diaconado, ministerio presbiteral) al servicio de la Iglesia de los pobres” (p. 97).

 

En cuanto al diaconado, la Síntesis afirma que uno de los principales aspectos que emergió durante el foro temático sobre el tema es que «para pensar en las mujeres y el diaconado, necesitamos cambiar nuestra imaginación; necesitamos desaprender paradigmas y deconstruir modelos obsoletos de relación entre hombres y mujeres, [y] no considerarlo como una ordenación sacerdotal. Necesitamos superar la Iglesia jerárquica, piramidal, kyriarcal[17] y sacerdotal para convertirnos en una Iglesia de comunión inclusiva y ministerial. Es esencial cambiar estas estructuras de pensamiento para avanzar y volver a incluir a las mujeres» (p. 188).

 

Lógicamente, los participantes del foro consideran “de GRAN IMPORTANCIA que los ministerios y encargos actuales (especialmente el sacerdocio y el diaconado) sean compartidos prescindiendo del género, en la certeza de que el Espíritu Santo actúa a través del servidor, independientemente de su sexualidad” (p. 187). Además, reiteran: “Una Iglesia sinodal es aquella que escucha al Espíritu y en la que los roles y funciones se asumen desde los carismas, no desde el género” (p. 189).

 

Así, en la fase de escucha de la Asamblea Eclesial, los participantes miran con esperanza la “presencia de los movimientos feministas en la vida de la Iglesia o afines a ella” (p. 95) y la “inclusión real e igualitaria como proximidades y protagonistas”, garantizando “a las mujeres en la Iglesia voz y voto en los lugares donde no los tienen” (p. 97).

 

Un paso más sería permitir la predicación: «Que solo los hombres puedan predicar es una apropiación del Espíritu. Negar a las mujeres la capacidad de responder a su llamado, es violencia y una afrenta al Espíritu. La Iglesia desea ser una voz moral en el mundo, pero negar a las mujeres la plena membresía en la Iglesia es permitir que los hombres sigan ejerciendo violencia contra las mujeres en la sociedad» (p. 189).

 

Las teólogas pueden hacer un gran aporte porque “las teologías desarrolladas por mujeres, incluidas las teologías feministas en diálogo con el feminismo y la perspectiva de género, presentan críticas a la visión androcéntrica y ofrecen perspectivas transformadoras para una Iglesia más inclusiva, que amplíe los espacios para las mujeres” (p. 101).

 

Una selección de “Voces del Pueblo de Dios” apoya estas peticiones. Entre las perlas presentadas está este testimonio: “Incluir de una vez por todas a las mujeres en la liturgia, en el proceso de decisión y en la gestión de la Teología, es decir, en el gobierno de la Iglesia y de sus comunidades, con igualdad de derechos y deberes” (p. 98).

 

  1. Las mujeres bendicen litúrgicamente a los cardenales y obispos.

 

La participación de las mujeres en la liturgia encontró expresión concreta durante la Misa vespertina del cuarto día de la Asamblea Eclesial, que coincidió con el Día Internacional de las Naciones Unidas para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Al final de la celebración, el cardenal guatemalteco Álvaro Ramazzini, quien presidió la liturgia, leyó un texto preparado invitando a las mujeres presentes a subir al altar para que los participantes “pudiéramos recibir de ellas una oración de bendición”, expresando así “la igualdad que existe entre hombres y mujeres bautizados”. Reconociendo la singularidad de su gesto, añadió: «Normalmente, los hombres somos siempre quienes bendecimos, ¿no? Si están de acuerdo, invirtámoslo ahora», como muestra del camino sinodal y del compromiso con la eliminación de toda violencia contra la mujer. Concluyó: “Pedimos a todas las mujeres de la asamblea que nos bendigan, a nosotras, cardenales, obispos, sacerdotes y diáconos, pastoras de nuestras comunidades cristianas”.[18]

 

Dicho esto, el cardenal y los concelebrantes bajaron del altar, al que subieron las mujeres. Levantando los brazos en estilo evangélico, dieron la bendición utilizando una fórmula previamente preparada, leída al micrófono por una de ellas. Todos los presentes, incluido el clero, inclinaron humildemente la cabeza durante la bendición. Finalmente, uno de los obispos concelebrantes pidió a las mujeres que les acompañaran en la procesión de salida, reservándoles el lugar de honor entre el clero y los mismos concelebrantes.

[1] Véase Andrea Tornielli, “Grech: un camino que ayuda a las Iglesias a involucrar a todos con un estilo sinodal”, VaticanNews.va, 15 de marzo de 2025, https://www.vaticannews.va/it/vaticano/news/2025-03/cardinale-grech-intervista-sinodo-assemblea-ecclesiale-2028.html

[2] Véase Gerald E. Murray, “Procesos, acompañamiento, implementación: ¡Sinodalidad para siempre!” The CatholicThing, 20 de marzo de 2025, https://www.thecatholicthing.org/2025/03/20/procesos-acompanamiento-implementacion-sinodalidad-para-siempre/.

[3] Véase Ricardo Barreto, SJ y Mauricio López Oropeza, “La Primera Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe: Experiencias de un Proceso Sinodal”, La Civiltà Cattolica, 21 de febrero de 2022, https://www.laciviltacattolica.com/la-primera-asamblea-eclesial-de-america-latina-y-el-caribe-experiencias-de-un-proceso-sinodal/.

[4] Hacia una Iglesia sinodal en salida hacia la periferia: Reflexiones y propuestas pastorales a partir de la Primera Asamblea Eclesial para América Latina y el Caribe, trad. María Luisa Valencia Duarte (Bogotá: CELAM, 2022), 8, https://asambleaeclesial.lat/wp-content/uploads/2022/10/ingles.pdf.

[5] Véase Hacia una Iglesia sinodal, 15.

[6] Documento para el discernimiento comunitario: En la Primera Asamblea Eclesiástica de América Latina y el Caribe (Ciudad de México: CELAM, 2021), n. 1, pág. 7 (libro electrónico), consultado el 8 de abril de 2025, https://synod.org.pl/wp-content/uploads/2022/10/ddc-angielski-amerykanski.pdf

[7] Documento para el discernimiento comunitario, n. 8, pág. 11.

[8] La Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, celebrada en Medellín en 1968, marcó un hito en la historia de la Iglesia en América Latina. Subrayó la “opción preferencial por los pobres”, en nombre de la cual los obispos adoptaron un discurso influenciado por categorías marxistas, promovieron una lectura sociopolítica del Evangelio y alentaron una eclesiología centrada en la lucha de clases y la liberación material. De esta manera, debilitaron la dimensión sobrenatural de la fe y favorecieron posiciones revolucionarias. Medellín abrió la puerta a la teología de la liberación, cuyos efectos nocivos incluyeron la politización del clero y la migración de millones de laicos católicos a sectas evangélicas de orientación conservadora.

[9] Documento para el discernimiento comunitario, nn. 8, 9, págs. 11, 12.

[10] Documento para el discernimiento comunitario, n. 9, pág. 12.

[11] José Antonio Ureta y Julio Loredo, Proceso sinodal, una caja de Pandora: 100 preguntas y respuestas , (Tradición Familiar Propiedad Asociación, 2023), https://issuu.com/atfp/docs/processo_sinodale_un_vaso_di_pandora

[12] Documento para el discernimiento comunitario, nn. 5, 16, 18, págs. 16 y 18

[13] Documento para el discernimiento comunitario, nn. 30, 32, pág. 24.

[14] Barreto y López, “La Primera Asamblea Eclesial”.

[15] Barreto y López.

[16] Comité de Escucha, Síntesis narrativa: La escucha en la 1era. Asamblea Eclesial para América Latina y el Caribe—CELAM—Voces del Pueblo de Dios, 21 de septiembre de 2021, https://diocesisdeirapuato.org/wp-content/uploads/2021/11/Sintesis-Narrativa-FINAL-1-1.pdf.

[17] En la teoría feminista, “kyriarchal” es una palabra acuñada por Elisabeth Schüssler Fiorenza en 1992. Describe su teoría de sistemas interconectados, interactuantes y que se refuerzan a sí mismos de dominación y sumisión, que incluyen el sexismo, el racismo, el capacitismo, la discriminación por edad (incluido el adultismo), el antisemitismo, la homofobia, el clasismo, la injusticia económica, el colonialismo, el militarismo, el etnocentrismo, el especismo y otras formas de jerarquías dominantes en las que la subordinación de una persona o grupo a otro se internaliza e institucionaliza. Véase la publicación de los colaboradores de Wikipedia, “Kyriarchy”, Wikipedia, la enciclopedia libre, https://en.wikipedia.org/w/index.php?title=Kyriarchy&oldid=1277650420 (consultado el 8 de abril de 2025).

[18] “Un grupo de mujeres bendice a los obispos y sacerdotes en una misa,” InfoVaticana, 3 diciembre 2021, https://infovaticana.com/2021/12/03/un-grupo-de-mujeres-bendice-a-los-obispos-y-sacerdotes-en-una-misa/.

AcaPrensa / Marco Tosatti / Stilum Curiae / José Antonio Ureta y Julio Loredo

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