LOS OBISPOS SIGUEN SIN VERLA
En los últimos meses, dediqué algunos artículos a comentar la resistencia o ceguera de algunos para reconocer que estamos atravesando un cambio de época, lo cual, en lenguaje de Javier Milei, se dice: “No la ven”. No sé cuánto tiempo durará (¿meses, años, décadas?) ni tampoco qué profundidad tendrá, pero lo cierto es que Occidente está viendo un cambio. Y lo cierto también es que en el Vaticano se resisten a ver ese cambio. Sí, el Vaticano no la ve.
Sandro Magister, en su artículo de la semana pasada, hacía referencia a este hecho. Allí cita las palabras de varios políticos italianos progresistas, ya entrados en años, que están reconociendo que se les fue la mano. Y que la exageración de las políticas progres ha traído como consecuencia negativa —para ellos— que el mundo esté “retrocediendo” a posiciones más de derecha. Estamos asistiendo, como dice uno de ellos, a una “rebelión de las masas” contra las elites culturales de la izquierda woke.
¿Ocurre lo mismo en la Iglesia? En principio debemos decir que no. De hecho, no tenemos a ningún geronte purpurado y protagonista de la debacle post conciliar que esté reconociendo que se les fue la mano. Más bien lo contrario. Es cuestión de leer las declaraciones, documentos y disposiciones que manan de la colina vaticana diariamente para darse cuenta que, aceleran aun sabiendo que frente a ellos se abre un precipicio. Una de las últimas, por ejemplo, es la decisión del cardenal Tucho Fernández, prefecto del dicasterio de Doctrina de la Fe, de incluir una conferencia suya en el cuerpo doctrinal de la Iglesia. Según nos enteramos, a partir de ahora, la Iglesia acepta las cirugías de cambio de sexo. ¿Disforias del cardenal Fernández o expresión de deseos?
Lo cierto es que no podemos saber si en la Iglesia hay o puede haber una “rebelión de las masas” por su estructura jerárquica. Los obispos tienen el poder y, el poder absoluto lo tiene el Papa; es imposible entonces una rebelión porque, quienes se rebelan, son inmediatamente apartados del rebaño. La iglesia sinodal, todos lo sabemos, no es más que una narrativa para zonzos. Y ejemplos hay todos los días: desde Mons. Strickland hasta el P. Alejandro Gwerder. Mientras no haya un recambio episcopal, cosa muy complicada de lograr, los mitrados permanecerán con los ojos cerrados.
Sin embargo, hay hechos puntuales que aparecen aquí y allá en toda la geografía de la Iglesia que pueden ser considerados casos testigo, es decir, un modo de saber qué ocurriría si la jerarquía se dejara de amoríos con el progresismo de todo pelaje y concediera a sacerdotes y fieles la posibilidad de vivir su fe libremente al ritmo de la tradición.
En varios países, sobre todo en el hemisferio norte y no sólo, no se ha hecho mucho caso a las disposiciones de Traditionis custodes y la misa tradicional se sigue celebrando diaria o dominicalmente en las iglesias parroquiales. Y esto sucede desde 2008 al menos. En estos casos, la misa de Pablo VI convive pacíficamente con la de San Pío V y, lo más curioso, es que generalmente es mucho más exitosa en términos numéricos la misa tradicional que la reformada. Los jóvenes y las familias jóvenes eligen invariablemente la misa latina, lo cual indica que, con el paso de los años y si la Iglesia fuera tan sinodal como se proclama, ésta se impondría sobre la otra que tendería a desaparecer.
Vayamos a otro caso. Son varias las órdenes y congregaciones religiosas mayoritariamente progresistas desde los años ’60, que poseen algunas provincias más clásicas o tradicionales. Y el resultado es inocultable: mientras las casas religiosas progres están habitadas por vejestorios y, si entran algún joven, seguramente será el tuerto o el gay de la parroquia, los conventos de las provincias más conservadoras están llenas de sacerdotes y estudiantes jóvenes, sanos y normales. Menciono un sólo caso porque es ampliamente conocido incluso para el ojo de Sauron: la provincia dominica de San José, provincia oriental, de Estados Unidos. Contrariamente a lo que sucede con el resto de la orden, allí rebosan de vocaciones genuinas a pesar de ser “rígidos y pelagianos”. Más aún, son ellos los que han salvado al Angelicum, la universidad romana que alguna vez escuchó en sus aulas a grandes maestros como Garrigou-Lagrange, Gonzáles Arintero o Jacinto Cormier, de la mediocridad en la que había caído a partir de los ’90. Todavía más, lo salvó incluso de la ruina financiera porque, al hacerse ellos cargo de la mayor parte de las cátedras de lengua inglesa, atrajeron estudiantes religiosos y seglares de todo el mundo que quieren aprender filosofía y teología tomista, y pagan para ello. La “teología del pueblo” del Papa Francisco y de Tucho Fernández no convoca más que a un puñadito de marrones y de monjas pavotas, y con eso no se mantiene una universidad.
Un último caso. El 19 de marzo de este año, coincidiendo con la solemnidad de San José, se celebró un evento denominado “Catholic Prayer for America” en Mar-a-Lago, la residencia del presidente Donald Trump en Palm Beach, Florida. Organizado por la agrupación Catholics for Catholics, el encuentro reunió a aproximadamente 100 sacerdotes y numerosos seglares con el propósito de orar por el presidente Trump y por la nación. Entre los oradores destacados se encontraban el obispo Joseph Strickland, ex obispo de Tyler, Texas; el padre Richard Heilman; la activista provida Jean Marshall; y el comentarista católico Taylor Marshall. Durante el encuentro, el obispo Strickland dirigió una adoración al Santísimo Sacramento en el salón principal de Mar-a-Lago. Puede verse un video de Marshall aquí. Lo interesante es que todos los sacerdotes y fieles que asistieron eran, cuanto menos, muy conservadores. Conozco a varios curas que allí fueron y que sólo celebran misa tradicional. ¿Qué ocurriría si los obispos sinodales dieran libertad para este tipo de encuentros? ¿Cuál sería la impresión que se llevarían los católicos, y el mundo, si se reunieran cien sacerdotes en un monasterio, y celebraran cada uno su misa privada simultáneamente? Como dijo el cardenal Ratzinger cuando visitó Fontgombault y contempló un espectáculo semejante: “Esta es la Iglesia católica”. El sensus fidelium diría lo mismo, sensus al que los obispos han renunciado.
El problema con los obispos que no quieren ver, que reniegan de la evidencia en razón de su ideología, que prefieren la muerte de órdenes religiosas y de fieles antes que renunciar a sus postulados conciliares, es que se están llevando puesta la Iglesia. Y eso no es gratis. Lo pagamos nosotros.
AcaPrensa / The Wandererer