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MARÍA EN LAS HOMILÍAS Y DISCURSOS DE BENEDICTO XVI

El volumen María. Homilías y discursos seleccionados, con prefacio del cardenal Comastri, recogen muchas perlas de las enseñanzas del Papa Raztinger sobre la Madre de Dios.

«María es la criatura que de manera única abrió la puerta a su Creador, se puso en sus manos, sin límites. Vive enteramente de y en la relación con el Señor; está en actitud de escucha, atenta a captar los signos de Dios en el camino de su pueblo; se inserta en una historia de fe y esperanza en las promesas de Dios, que constituye el tejido de su existencia. Y se somete libremente a la palabra recibida, a la voluntad divina en la obediencia de la fe.» Con estas palabras, durante una audiencia general, Benedicto XVI presenta a María como icono de la fe obediente. Este texto se retoma en el volumen María. Homilías y discursos seleccionados (Fondazione OasiApp, págs. 183), junto con otras perlas teológicas y espirituales de las enseñanzas del Papa Ratzinger sobre la Madre de Dios.

«En ella habita el Señor, en ella encuentra el lugar de su descanso. Ella es la casa viva de Dios», observa todavía agudamente Joseph Ratzinger al presentar a María como aquella que «en Nazaret entregó su voluntad, sumergiéndola en la de Dios»; así «el santo Israel que dice “sí” al Señor, se pone plenamente a su disposición y se convierte así en templo vivo de Dios». Por lo tanto, el hombre «que alberga la sospecha de que Dios, en última instancia, le quita algo a su vida, que Dios es un competidor que limita nuestra libertad», mirando a la Virgen, sin embargo, puede redescubrir que «cuanto más cerca de Dios, más más cerca está de los hombres. Lo vemos en María. El hecho de que Ella esté totalmente con Dios es la razón por la que también está tan cerca de los hombres. Es en ella donde Dios imprime su imagen. María es figura anticipada y retrato permanente del Hijo», comenta enfáticamente el teólogo bávaro, invitando al creyente a no tener miedo de atreverse con el Padre, a tener plena libertad, una «vida que no es aburrida, sino llena de infinitas sorpresas», porque la infinita bondad de Dios nunca se agota.»

El propio «sí» de María a la voluntad divina no se dice de una vez por todas, «sino que se repite a lo largo de toda su vida», por lo que «debe aceptar que el verdadero Padre de Jesús tiene precedencia; debe saber dejar libre al Hijo que ha engendrado para que pueda seguir su misión hasta el momento más difícil, el de la Cruz». Y, de hecho, «su corazón humano está perfectamente “centrado” en el gran corazón de Dios», ya que soporta dócilmente la acción del Espíritu Santo, acoge la gracia y saborea inmediatamente su verdadera alegría. María experimenta así «que sólo Dios libera nuestra libertad y la hace capaz de abrirse a la dimensión que la realiza en su sentido más pleno: la del don de sí, del amor que se convierte en servicio y en compartir». Por eso «de María aprendemos la bondad dispuesta a ayudar, pero también la humildad y la generosidad de acoger la voluntad de Dios, dándole confianza en la creencia de que su respuesta, cualquiera que sea, será el nuestro, mi verdadero bien».

Respecto a la humildad de María, Benedicto XVI señala esta virtud especialmente a los jóvenes no como «camino de renuncia sino de valentía». No es el resultado de una derrota sino el resultado de una victoria del amor sobre el egoísmo y de la gracia sobre el pecado». En el misterio de la Encarnación asistimos al encuentro entre dos humildades, «la humildad de Dios que se hizo carne y la humildad de María que lo acogió en su seno; la humildad del Creador y la humildad de la criatura. De este encuentro de humildad nació Jesús, Hijo de Dios e Hijo del hombre». Al generar al Hijo primero en el alma y luego en el cuerpo, como comentan los Padres de la Iglesia, María se convierte en «la morada de Dios en la tierra, su morada eterna ya está preparada en ella». En el título de «bienaventurada», con el que se dirige Isabel, está ya in nuce el dogma de la Asunción, habiéndose entregado totalmente al Padre en cuerpo y alma.

En Caná, «la Mujer se da cuenta de las necesidades de los demás y, queriendo remediarlas, las lleva ante el Señor «. En Caná, Jesús prefigura las bodas de Dios con el hombre, «transforma las bodas humanas en imagen de las bodas divinas, a las que el Padre invita a través del Hijo y en las que da la plenitud del bien, representado en la abundancia del vino.»

Además, «en la sonrisa de la más eminente de todas las criaturas se refleja nuestra dignidad de hijos de Dios. En la sonrisa de la Virgen se esconde misteriosamente la fuerza para continuar la lucha contra la enfermedad». Con ella encontramos también la gracia de aceptar el adiós de este mundo sin miedo ni amargura, a la hora deseada por Dios”, predica Benedicto XVI a los enfermos en Lourdes.

Respecto al Santo Rosario, el Santo Padre recuerda con sencillez y profundidad que «cuando rezamos el Rosario, María nos ofrece su corazón y su mirada para contemplar la vida de su Hijo». Al mismo tiempo «contemplamos la participación íntima de María en este misterio y en nuestra vida en Cristo hoy, que está también entretejida con momentos de alegría y de dolor, de sombra y de luz, de inquietud y de esperanza». Y de hecho el Rosario permite «crecer en la intimidad con Jesús en la escuela de la Santísima Virgen; es una escuela de contemplación y de silencio», por lo que, citando al Beato Bartolo Longo, «así como dos amigos platican juntos frecuentemente, también suelen conformarse en las costumbres, así nosotros, conversando familiarmente con Jesús y la Virgen, aprendemos de estos ejemplares supremos cómo vivir humilde, pobre, escondido, paciente y perfecto.»

Recorriendo estas sabias reflexiones espirituales, especialmente durante este mes mariano, como escribe el cardenal Angelo Comastri en el prefacio, «tendremos un verdadero enriquecimiento espiritual. Benedicto XVI nos enseña cómo acoger a María y cómo llegar a ser hijos de María».

AcaPrensa / CULTURA / La Nuova Buzzolla Quotidiana

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