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LA SACRALIDAD DEL PAPADO

AcaPrensa / SPECOLA extracto

Una interesante reflexión sobre la sacralidad del papado. La enfermedad del Papa, la muerte del Papa, de todo Papa nos recuerda la existencia de este contraste entre la persona privada del Papa, que puede ser débil y vacilante, y la persona pública, que expresa la infalibilidad de la Iglesia. Hay una diferencia entre la muerte de un Papa y la muerte de un gobernante temporal. El Rey deriva su legitimidad de la sangre, es decir, del vínculo biológico que lo une a sus antepasados. Cuando muere, sobrevive en su heredero, con quien está unido por la misma sangre.

El Papa, en cambio, es completamente ajeno a esta sucesión biológica. El Papa no sobrevive en los demás hombres, porque el Papa no tiene herederos biológicos. El Rey ha muerto, viva el Rey, se dice cuando el monarca exhala su último suspiro. Esto no sucede con el Papa, porque la elección de su sucesor no tiene lugar inmediatamente después de su muerte, sino sólo después de un cónclave, que también puede ser largo y controvertido. Se podría decir, si acaso, que el Papa ha muerto, viva la Iglesia, porque antes del Papa está la Iglesia, que lo precede y que lo sobrevive, siempre viva y siempre victoriosa.

Las monarquías y los imperios terrenales, como los organismos humanos, nacen y mueren. Las civilizaciones son mortales. La Iglesia, nacida de la sangre del Calvario, es en cambio inmortal e indefectible: durará hasta el fin del mundo. Es el contraste entre la caducidad física de la persona y la inmortalidad de la institución. En otro tiempo se expresaba mediante un rito que se celebraba hasta 1963: el Papa, después de su elección, aparecía en la Basílica de San Pedro, en toda su majestad, en la silla gestatoria, rodeado de los guardias suizos y de los guardias nobles, mientras dos camareros secretos, con capas rojas y armiño blanco, sostenían la flabela.

En un punto determinado del recorrido, un maestro de ceremonias, arrodillándose tres veces ante el Pontífice, encendía unos fajos de estopa ensartados en una varilla de plata y, mientras la llama ardía, cantaba lentamente: «Pater Sancte, sic transit gloria mundi!».» “Santo Padre, así pasa la gloria humana.”

No te jactes de la gloria que hoy te rodea, recuerda que eres un hombre frágil, destinado a enfermar y morir. Con Pablo VI comenzó la confusión entre hombre e institución, que estaba destinada a disolver la auténtica devoción al Papado. Entre sus primeras decisiones estuvo la de abolir la ceremonia de la coronación papal, anterior al siglo IX, como consta en el Ordo Romanus IX de la época de León III. No es el culto al hombre que ocupa la Cátedra de Pedro, sino que es amor y veneración por la misión pública que Jesucristo confió a Pedro y a sus sucesores. Esta misión puede ser realizada por un hombre débil, inadecuado para su tarea, que sin embargo sigue siendo el legítimo sucesor de Pedro y que debe ser amado y seguido también en su fragilidad, en su sufrimiento y en su muerte.

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