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LA PREFECTA

Ha sido la noticia de los últimos días. El papa Francisco ha nombrado a una mujer, la religiosa Simona Brambilla, de 59 años, como prefecta del Dicasterio para la Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica. La noticia, en todos los medios, también generalistas, ha sido que ¡por fin! una mujer accede a un altísimo cargo vaticano.

Me van a permitir que les diga que, si la gran noticia es el nombramiento de una mujer, y no han visto más, se la han colado. Del todo. Porque para cualquiera que sepa un poco de teología, la grandísima novedad, la enorme ruptura no es que se hayannombrado una prefecta mujer, sino que tengamos al frente del dicasterio responsable de la vida religiosa en el mundo a una persona no ordenada in sacris. ¿Y esto es importante? Esto no es importante. Es clave.

En la Iglesia católica el oficio de regir la comunidad, la autoritas, es propio del obispo. Los obispos, que por institución divina son los sucesores de los apóstoles, en virtud del Espíritu Santo que se les ha dado, son constituidos como pastores en la Iglesia para que también ellos sean maestros de la doctrina, sacerdotes del culto sagrado y ministros para el gobierno. Así lo ha entendido siempre la Iglesia. El gobierno de la Iglesia es ministerio del obispo que, por su ordenación, recibe una gracia y un mandato para gobernar la comunidad cristiana. El regir, la autoridad, tiene un fundamento sacramental.

La hermana Simona no está ordenada in sacris, pero va a regir toda la vida religiosa de la Iglesia universal. El peligro podría estar en que con este nombramiento se esté diciendo al pueblo de Dios que la autoridad no tiene origen sacramental sino que es una cuestión meramente de derecho positivo y de delegación personal del que manda. Si creemos en lo que se nos ha enseñado, la hermana Simona carece de la gracia de estado imprescindible para el ejercicio de la autoridad.

Imaginen que en su diocesis el papa decide, igual que con la prefecta, poner al frente al señor Manolo, laico, a sor Gertrudis de la lágrima de Nuestra Señora o a la señora Rafaela, que no dudo tendría criterio más que notable. Estaríamos hablando que dirigir una diócesis o un dicasterio se podría hacer con los mismos criterios empresariales de cualquier multinacional: el director general manda y dispone. Y es verdad que el papa manda y dispone, pero dentro de la sacramentalidad. Otra cosa es tocar los fundamentos mismos de la eclesiología.

En este caso, sorprendentemente, el papa ha creado la figura del provicario, que uno no acaba de saber exactamente su papel. Distinto hubiera sido poner como prefecto al cardenal Fernández Artime y a la hermana como secretaria general. Hoy vende, ante la prensa mundial, el que tengamos una prefecta. Tenemos más. Mucho más. La separación del oficio de gobierno en la Iglesia del sacramento del orden y especialmente de la consagración episcopal.

AcaPrensa / Jorge González Guadalix / De profesión cura

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