Nota de F. de la C.: Yo soy menos pro palestino pero no soy yo quien firma el artículo. Y no necesito declarar mis absolutas discrepancias con Pedro Sánchez y con Saramago. Que también son las de Montejano.
DOS ESTADOS
Hace un tiempo escribí en este blog una nota acerca de los rehenes en Tierra Santa, en la cual denuncié el terrorismo musulmán el cual, como todo terrorismo siempre es injusto. Al respecto me remito a lo escrito en un artículo publicado en las revistas Diálogo de San Rafael, Mendoza y Verbo de Madrid.
Pero ante la judeo manía de Milei y su solidaridad sin matices con Israel, es necesario aclarar que muchos argentinos no compartimos su visión parcial del conflicto que ensangrienta hoy a parte de Tierra Santa, en especial a la franja de Gaza.
Y como esto es una realidad, no una cuestión ideológica, le dejo la palabra a un escritor que se encuentra tan lejos como se puede estar, de mi concepción de la vida y de la muerte, de mis ideas religiosas, políticas, sociales, económicas e históricas, pero que lo que aquí dice es verdad, concuerda con la realidad: se llama José Saramago.
Este escritor portugués, en el año 2002, después de su visita a Palestina declaró: “Un sentimiento de impunidad caracteriza hoy al pueblo israelí y a su ejército. Se han convertido en rentistas del holocausto… Los judíos que han sido sacrificados en las cámaras de gas se avergonzarían si tuviéramos que decirles cómo se están portando sus descendientes. Porque yo pensé que un pueblo que ha sufrido debería haber aprendido de su propio sufrimiento. Lo que están haciendo con los palestinos aquí es en el mismo espíritu de lo que han sufrido antes… Sería lógico que estuvieran aquí los cascos azules. Pero el gobierno israelí no lo permite. A mí lo que me indigna es la cobardía de la comunidad internacional que calla. Ni siquiera hablo de Estados Unidos, del lobby judío, de todo eso que es más que conocido. Hablo de la Unión Europea… Esto que está pasando en Israel contra los palestinos es un crimen contra la humanidad cometido por el gobierno de Israel con el aplauso de su pueblo” (en Internet, “José Saramago y el Holocausto”).
Hace años leí un libro muy interesante de Kenizé Mourad “El perfume de nuestra tierra” en el cual contiene una serie de variados reportajes acerca del problema de Palestina para dar la palabra a la gente común, palestinos e israelíes en este combate “por la justicia y por el derecho: el derecho de los israelíes a vivir con tranquilidad y el derecho del pueblo palestino a vivir en su país”.
Uno de los entrevistados es Moshé Misrabi, cineasta israelí de cultura francesa, nacido en Alejandría, de una familia judeoespañola. Para él uno de los grandes problemas del Estado de Israel es que, en la declaración de la independencia, figura como a la vez “democrático y judío”.
Y se pregunta: “¿cómo podemos llamar a Palestina, la tierra de Israel, cuando hay tantos árabes que viven en ella? Los palestinos estaban allí desde por lo menos quince siglos”. Por eso “es absolutamente necesario que haya dos Estados”.
Es lo que intentó Rabin al firmar con Arafat los Acuerdos de Oslo en 1993. Pero a Rabin lo asesinaron en 1995. Y desde entonces todo conspiró contra la posibilidad de la existencia de los dos Estados.
Y mientras tanto, se observa la soberbia judía, en su fría mirada de vencedores se lee el desprecio por una población de infrahumanos… ese desprecio tan fácil del fuerte hacia el débil.
Marwan, un joven palestino que estudió en Francia, señala que “hay tres responsables de las desgracias del pueblo palestino: Inglaterra que dio nuestra tierra a los judíos; los israelíes que nos han ocupado y exterminado, pero también la cobardía de los países árabes.”
En el campo de refugiados de Jan Yunis, el joven Wissam, nacido en ese campamento sostiene que “los imperativos de seguridad son la excusa que dan los israelíes para continuar apropiándose de más y más tierra y para prohibirnos el acceso al mar”.
Entre los entrevistados se encuentra un objetor de conciencia, uno de los 460 soldados judíos que se ofrecen para militar en cualquier lugar, menos en las colonias. Para él, “existe una única solución para este conflicto: la de dos Estados, uno al lado del otro” y en la situación actual se pregunta: “¿Para qué lucho? ¿Para defender a mi país, o, como un colonizador, para conservar algo que no me pertenece?”
También opina un colono judío el doctor Tubiana para quien el pueblo palestino no existe. Es un médico liberal que “volvió a la tierra de Israel para afirmar el propio sionismo”. Niega que los palestinos tengan derecho a organizarse en un Estado y solo admite que puedan vivir junto a los judíos siempre que ellos sepan comprender que “los israelíes son la parte dominante y ellos, la parte tolerada”.
Otro entrevistado es Jeff Halper, coordinador del comité contra la demolición de casas palestinas. En los territorios ocupados han sido arrasadas nueve mil casas, y esa destrucción forma parte de una política que consiste en confinar a los palestinos en pequeños islotes, para ganar la mayor cantidad posible de tierras despobladas.
También opina un sacerdote católico, el P. Bernard Battran cuya familia vivía en Palestina desde hacía siglos hasta que en 1948 tuvo que huir bajo los cañones judíos. Al volver hasta su casa estaba ocupada por una familia búlgara que les permitió visitarla.
Postula una resistencia no violenta contra la ocupación como la de Gandhi en la India y sostiene que habría paz si los judíos se retiraran de los territorios ocupados.
Esta nota comenzó con las palabras de escritor de extrema izquierda; la quiero cerrar con el testimonio de Yitzhak Frankenthal, cuyo hijo fue asesinado por palestinos, en un discurso pronunciado el 7 de julio de 2002 ante el primer ministro israelita Ariel Sharon: “No se pueden encontrar excusas para ningún ataque contra civiles. Pero, como fuerza de ocupación, somos nosotros quienes pisoteamos la dignidad humana, quienes asfixiamos la libertad de los palestinos y quienes empujamos a una nación entera a la locura de esos actos desesperados”.
Que Milei lo entienda, que, en lugar comprometernos en una solidaridad sectaria, apoye la solución de los dos Estados, la única que podrá abrir el camino de la paz.
AcaPrensa / La Cigüeña de la Torre / Bernardino Montejano