Unos 600 años antes del nacimiento de Mahoma, Jesucristo ya predicaba en lo que eran entonces las regiones paganas de Tiro y Sidón
El mundo mira al Líbano temiéndose lo peor. Los grandes líderes políticos, reunidos en estos momentos en la Asamblea General de la ONU, muestran su preocupación. «No podemos permitir que el Líbano se convierta en una nueva Gaza», ha dicho, en Nueva York, António Guterres, secretario general de la Organización de las Naciones Unidas.
Mientras los ataques entre Israel y Hezbolá –la milicia libanesa a las órdenes de Irán– se recrudecen por momentos, muchos temen que haya un enfrentamiento directo entre ambas fuerzas. Pero, ¿qué supondría esto para la población libanesa, y, en especial, para los cristianos? ¿cómo quedan los católicos? ¿en qué «bando» se encuentran posicionados?
El diario argentino La Nación analiza la situación actual de la que hasta hace poco era la única nación mayoritariamente cristiana de Oriente Medio, que, ahora, sin embargo, es superada por el islam, y, además, por un islam cada vez más radical.
La Suiza de Medio Oriente
Philippe el-Khazen es el rector, desde 2010, de la Catedral Católica Maronita de Buenos Aires, es sacerdote misionero libanés y maronita. Cuando nació en 1956, en Jounieh, a 17 km al norte de Beirut, el último censo demostraba que el 56% de la población era cristiana (en su mayoría católicos, sobre todo maronitas) y 44% de musulmanes y drusos.
«Aunque mi familia fue cristiana, yo no sabía ni a nadie le interesaba de qué religión era cada compañero de clase. Excepcionalmente podía enterarme de que eran islámicos, drusos o incluso judíos. Pero la diferencia no era relevante ni en la escuela ni en ningún sector de la sociedad. Todo eso cambió con la guerra civil de 1975-1990», comenta al medio argentino.
De hecho, el Líbano, antes de la Guerra Civil, era conocido como la «Suiza de Medio Oriente», por la convivencia que se daba entre las diversas religiones y culturas allí presentes. Los 250 km de largo y no más de 60 km de ancho del país forman una región de altas montañas (la palabra «laban» significa «blanco», por sus blancos picos nevados). Precisamente lo escarpado del terreno, y su cercanía a la costa, lo han convertido en refugio de numerosas comunidades religiosas.
En el Líbano conviven al menos 18 grupos religiosos diferentes. Sin embargo, ya no es un país de mayoría cristiana. El World Factbook de la CIA estimó en 2020 que actualmente hay un 67,8% de musulmanes, 32,4% de cristianos y 4,5% de drusos. Esa cifra no incluye a las poblaciones de refugiados palestinos y sirios, que son mayoritariamente musulmanes.
«El problema no es la convivencia religiosa a nivel social. La gente común sigue sin discriminar a nadie por su religión. Pero la situación se complicó a nivel político con la llegada de Hezbolá y la influencia de la revolución islámica a partir de 1979. Siria ocupó el Líbano desde 1975 hasta que se retiró en 2005. Y ahora hay una invasión de Irán, a través de Hezbolá, en el dominio de la política libanesa», comenta el padre Al-Khazen.
«En el plano social, históricamente en el Líbano cada mujer se vestía como quería. Ahora los iraníes han impuesto sus costumbres que no tienen nada que ver con las tradiciones de la sociedad libanesa», agrega.
Lo interesante es que el cristianismo tiene profundas raíces históricas en el Líbano, muy anteriores a las del islam. Unos 600 años antes del nacimiento de Mahoma, Jesucristo ya predicaba y hacía milagros en lo que eran entonces las regiones paganas de Tiro y Sidón. La llegada del islam es muy posterior y se consolida a partir de la ocupación del Imperio Otomano, entre 1516 hasta 1918.
Aún así, el cristianismo siguió siendo la religión mayoritaria, y se fortaleció durante el imperio francés, entre 1920 y 1943. Una presencia cristiana que se consolidaría a partir del siglo IV con San Marón, que falleció en 410, y fue un evangelizador de lo que entonces era Fenicia. Especialmente importantes son hoy los católicos del Líbano. La iglesia maronita es una de las 24 iglesias sui iuris de la iglesia católica, que están en plena comunión con el Vaticano.
Otro elemento singular de esa convivencia interreligiosa en el Líbano, que en estos momentos, con el crecimiento del islam, se tambalea, fue el llamado Pacto Nacional de 1943. Según ese acuerdo, el presidente debe ser un cristiano maronita, el primer ministro un musulmán sunnita y el presidente de la Cámara Baja un musulmán chiita.
«La disminución proporcional de cristianos y el aumento del número de islámicos estuvo impulsada por razones demográficas, los conflictos bélicos en los países de la región y cuestiones económicas. El índice de natalidad en las familias musulmanas es mucho más alto que en las cristianas. Además, la mayoría de los refugiados palestinos y sirios que llegaron al Líbano son islámicos. Y, por último, los cristianos, sobre todo en el siglo XX, tenían mejor nivel económico como para emigrar en busca de mejores oportunidades a Europa o a Estados Unidos. Eso generó un aumento proporcional del número de musulmanes», explica a ese mismo medio argentino Said Chaya, que dirige el Núcleo de Estudios de Medio Oriente en la Universidad Austral.
Aunque, si ha habido un elemento disruptor en el Líbano en las últimas décadas, ese ha sido Hezbolá, la milicia pro iraní a la que se enfrenta Israel en estos momentos. «El auge de Hezbolá tiene motivos históricos. El gobierno central siempre se ocupó de Beirut y las zonas montañosas, pero descuidó el sur, de mayoría chiita. La tasa de analfabetismo y los índices de pobreza eran mucho mayores entre los chiitas del sur», comenta Chaya.
La gestación de Hezbolá
El primero que organizó a los chiitas fue el imán Musa Sadr con el Movimiento Amal («Esperanza») en 1974, él apuntó a mejorar la situación social de toda la comunidad, también en lo material. Hasta que, en 1979, algunos jóvenes radicales se entusiasmaron con las ideas de la Revolución Islámica de Irán y se lanzaron a acciones violentas con varios atentados contra Estados Unidos e Israel, en 1985 formaron Hezbolá, y en 1982 añadieron su brazo político.
Otro paso determinante fue cuando la rama política de Hezbolá llegó al poder en 2016 en una alianza con el presidente cristiano Michel Aoun (2016-2022), lo que facilitó, por ejemplo, la coordinación entre la milicia de Hezbolá y las fuerzas armadas regulares del Líbano. Gracias a la ayuda iraní, Hezbolá está hoy mucho mejor preparado que las fuerzas regulares libanesas. «Acompañando a Aoun, Hezbolá aprendió a hacer política. Y hoy es mucho más que una milicia. Se trata de un movimiento presente en todos los estratos de la sociedad», explica Chaya.
Las tensiones entre los políticos cristianos y Hezbolá se agudizaron en abril con el secuestro y asesinato en Biblos de Pascal Sleiman, líder del partido cristiano Fuerzas Libanesas (FL). Para el padre El-Khazen, el crecimiento de la milicia chiita pro iraní tiene consecuencias muy negativas.
«Hezbolá arruinó políticamente al Líbano. Desde 2022, cuando terminó el mandato de Michel Aoun, Hezbolá bloqueó en el Congreso toda posibilidad de la elección de un presidente porque quieren que todo el poder quede en manos musulmanas. Ellos aspiran a un gobierno 100% musulmán, por eso impiden la elección del presidente, que debería ser un cristiano. Los líderes maronitas, en cambio, históricamente buscaron la unidad en la diversidad religiosa de nuestro país. Pero, desgraciadamente, eso se está perdiendo», concluye El-Khazen.
Por su parte, para el diputado libanés Nadim Gemayel, del partido cristiano Kataeb, Irán y Hezbolá son los únicos culpables de la devastación que sufre el Líbano: «Alguien debe asumir la responsabilidad, y está claro que quienquiera que haya iniciado la guerra es quien tiene la responsabilidad de los problemas, la destrucción y la devastación. No habríamos llegado a estos escenarios si no hubiera sido por una decisión de Irán y Hezbolá de incluir las tierras libanesas en el marco del conflicto palestino-israelí y de incluir al Líbano en el frente de apoyo a Gaza, que trajo toda la destrucción y devastación que ya no podemos soportar porque cruzó la frontera».
Gemayel también denuncia la intimidación que sufren los que se oponen a Hezbolá. «El Líbano oficial no existe y desafortunadamente el gobierno está tratando de crearse a sí mismo, pero no puede implementar nada en el Líbano (…). No fue el Líbano quien declaró la guerra a Israel, sino más bien un grupo de milicias y organizaciones terroristas, y ellos son responsables de la destrucción (…). Desde hace cuatro meses, asistimos a un proceso de demonización, intimidación y miedo a cualquiera que intente enfrentarse a Hezbolá, que se consideran agentes de Israel», explica.
Para Gemayel, se está intentando acabar con la diversidad religiosa que imperaba en el Líbano hasta ahora. «Queremos liberar a nuestro país, al que intentan cambiar su cultura e imponerle una agenda iraní, lo cual es inaceptable». El diputado señala que Hezbolá tiene «el control del Estado» en el Líbano, porque «desde hace cinco años vivimos sin distinción entre el Estado y Hezbolá, porque tomó el control del Estado y eligió a Michel Aoun como presidente y obtuvo la mayoría parlamentaria». Aoun encabeza la llamada Alianza del 8 de marzo, una coalición de partidos prosirios que es aliada de Hezbolá.
Los cristianos, obligados a huir
Precisamente, las turbulencias que atraviesa el Líbano están afectando de lleno a la población cristiana, muy abundante en el sur del país, a donde se dirigen los ataques de Israel. «La oleada de ataques aéreos contra bastiones de Hezbolá en el Líbano está teniendo un efecto devastador en toda la población, incluidos los cristianos, y podría empujar aún más a estos últimos a abandonar el país», afirma Marielle Boutros, coordinadora de proyectos en el Líbano de la fundación pontificia internacional Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN).
«No son zonas exclusivamente chiíes o de Hezbolá; allí viven muchas familias cristianas. Algunas han perdido sus casas, y ahora se están desplazando del sur a otros lugares, como Beirut, Monte Líbano y el norte, en busca de seguridad», comenta Boutros. Sobre la capital, asegura que los proyectiles se han limitado a zonas chiíes de Hezbolá, pero «Beirut no es una gran ciudad, así que, si atacan una parte de Beirut, todo Beirut se ve afectado, y, durante todo el día, la gente sufre el ruido de los aviones militares y los drones».
«Tengo 37 años y he vivido más de cinco guerras en el Líbano (…). No es fácil vivir en un país donde un día estás bien y al siguiente tienes que esconderte de los misiles. Ese no es el tipo de vida que gusta a los jóvenes. El trauma que está viviendo la gente y el trauma de soportar otra guerra más no se superarán fácilmente», concluye Boutros.
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