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EL GESTO CON QUE ISABEL SOMETIÓ SU REINO A LA CRUZ Y QUE PODRÍA HACERLA SANTA

El director de la Comisión de beatificación abunda en aspectos poco conocidos de la reina Isabel que configuran un perfil espiritual y moral de «fama de santidad».

El 6 de julio de 1439, el Papa Eugenio IV rubricaba el Decreto para los griegos de la bula Laetentur caeli del Concilio de Florencia. Mucho se ha estudiado sobre las repercusiones que este documento tuvo para el reconocimiento universal en la procedencia del Espíritu Santo del Padre y del Hijo, en el uso del pan ácimo para la consagración o en la definición de los novísimos. Pero quienes ostentan alguna autoridad en el poder temporal, también podían sentirse aludidos ante un mensaje: el del «primado sobre todo el orbe» que correspondía al Sumo Pontífice.

Se trata de un aspecto que a juicio de José Luis Rubio Willen, sacerdote y director de la Comisión de Beatificación de Isabel la Católica, es crucial no solo para entender la personalidad de la reina -nacida 11 años después del concilio-, sino también su perfil teológico, espiritual e incluso, lo que confía en que será una pronta beatificación.

Aquella sentencia también explica hechos tan insólitos como que, transcurridos cinco siglos de la muerte de la reina católica, se organicen peregrinaciones a Roma con motivo de los funerales celebrados en la iglesia nacional española de Santiago y Montserrat hace 520 años. ¿Por qué un monarca español vería celebrado su funeral en Roma? El motivo, cuenta Rubio Willen a Religión en Libertad, es sencillo: Isabel era «una mujer conciliar» y «reconoció tanto la autoridad del Papa en la Iglesia universal que, aunque Castilla tenía corte itinerante, Roma era para ella la capital».

Este es solo uno de los múltiples aspectos que a su juicio esperan una mayor investigación entre historiadores y en los que la comisión pretende abundar. El pasado 18 de abril, Rubio Willen y otros miembros de la comisión comenzaron la celebración del 573 aniversario del nacimiento de Isabel en el prestigioso Club de Opinión Santiago Alba. Durante algo más de una hora, el sacerdote indagó en ello a través de su ponencia Contenido teológico y espiritual de la reina y la Evangelización de América, profundizando en algunos de esos aspectos en conversación con este medio.

Destaca algunos de esos rasgos y cualidades poco conocidos que configuran el «perfil teológico y espiritual» que podrían valer la santidad de una reina:

1º La consagración de un reino

Rubio Willen recoge que una consecuencia lógica del carácter «conciliar» de la reina -pero que otros reyes santos no hicieron- fue comenzar la regencia con la «consagración total de su reino a Dios», lo que según el sacerdote se ha interpretado como «un primer paso de santidad».

2º La expulsión, muestra de obediencia a Roma…

Aunque se trata de un tema ya aclarado por la historiografía, Rubio Willen vuelve sobre las acusaciones vertidas sobre la reina en torno a la Santa Inquisición y especialmente la expulsión de los judíos. Hechos, dice, que son «mandatos papales» y que, al regirse por el mencionado Concilio de Florencia, acató. Por eso, «cuando se investiga a la reina al abrir el proceso de beatificación, se ve que su obrar con los judíos es el cumplimiento de una orden del Papa de Roma, acrecentándose esa obediencia». Tanto es así que más tarde, cuando se les concedió el título de «Católicos», el Papa y el consistorio «hicieron reseñar entre sus grandes méritos, en el campo de la fe católica y de la religión cristiana en España, la expulsión», según expresa el historiador Jean Dumont.

3º … que en ningún caso suponía antisemitismo

El sacerdote explica este hecho como algo totalmente corroborado por la historia. Tanto es así que «las primeras manos que cogieron a los hijos de Isabel fueron las de un judío no converso, Lorenzo Badoz, su médico personal». También habla de Abraham Seneor, puntal de la reina y administrador de los caudales de la guerra de Granada, o Isaac Abrabanel, prestamista de la reina durante la guerra de Granada. «España recogió a los expulsados de todo Europa, pero eran considerado pueblo extranjero con permiso de residencia» y lo que se hizo fue «suspender» esa residencia. Con una cosa a favor de la corona de Castilla, «que les dejaron llevarse las pertenencias y que hubo indemnizaciones».

4º Inundó Granada de Eucaristía

Otro de los aspectos en los que el sacerdote propone abundar es en la labor de recristianización del extinto reino nazarí de Granada, que agrupaba buena parte de la actual Andalucía. Tras la toma el 2 de enero de 1492, la reina encontró «una ciudad intacta pero totalmente islamizada, repleta de mezquitas» y otras infraestructuras. «Pero la Civilización Cristiana ya había entrado en Granada y había que `vestirla´, así que pidió a toda la aristocracia que se uniese en hermandad para llenar Granada de Eucaristía, de iglesias, monasterios, catedrales, sagrarios, cálices, custodias y corporales, imágenes, pinturas y escultores».

5º Una reina sanadora en plena guerra

Rubio Willen señala que es de sobra conocido que Isabel era terciaria franciscana y que «hacía caridad» allá donde iba. Una vocación que llevó a la reina a que, en plena toma de Granada, se trasladase a retaguardia a sanar y asistir a los heridos y caídos durante las escaramuzas.

6º Terciaria franciscana… y dominica

Como recogen las propias Concepcionistas Franciscanas, «nuestra fundadora [Santa Beatriz de Silva], apoyada por la Reina Isabel y siguiendo el mandato dado por la Virgen María, lo describió así: `que las monjas vistiesen con una túnica y escapularios blancos y con un manto azul encima de ellos´. De manera simbólica, se vestirían como la Virgen en la invocación de su Concepción, dogma que Isabel defendió y creyó en vida. Pero Isabel no solo fue terciaria Franciscana y cofundadora de las Concepcionistas: desde 1477, también fue terciaria dominica.

7º La Evangelización: una empresa personal y sin deudas

El sacerdote incide en que la principal gesta de Isabel, el descubrimiento y evangelización de América, era una empresa totalmente personal. Algo que se muestra con su misma aportación económica, tanto privada como de la propia Hacienda Real. Sin embargo, conforme la empresa «se hacía ineludible», aún debía millón y medio de maravedíes a Abrabanel de Granada. «Y ella pagó antes», remarcó, pues el carácter era ante todo «evangelizador» y «no quería que la empresa americana fuese con dinero prestado».

8º Madre de una raza

Aunque más conocido, Rubio Willen insiste en la «maternidad» de la reina sobre los indígenas americanos, pues así los trató en su testamento, -«son hijos míos»-, prohibiendo  su esclavitud e invitando al matrimonio, el mestizaje y con ello, una «nueva raza» que sería «fundamental en la espiritualidad de la reina.

9º España: capital, Roma

El sacerdote observa que, aunque la corte era entonces itinerante, a efectos prácticos «Fernando tenía la de Aragón en Nápoles. Pero para Isabel, la de Castilla era Roma». Algo que se explica por su sometimiento al Pontífice remarcado en el Concilio de Florencia. Por eso los funerales políticos de la reina tuvieron lugar el 26 de febrero de 1505 en Roma, donde también tendría lugar el famoso sermón en el que Ludovico Bruno trataría a la difunta reina de «beata santa», remarcando su vinculación a los modelos de santidad regia, su sepultura a ras de suelo, en un humilde sepulcro, amortajada y vestida con el hábito de San Francisco y despojada de toda realeza.

10º Consolada en su agonía por los poemas de la Cruz

Isabel falleció un 26 de noviembre de 1504, a los 53 años, tras una larga enfermedad -con toda probabilidad un cáncer de útero- que le ocasionó según el sacerdote «un sufrimiento grandísimo y una larga agonía». Durante el proceso, encomendó la presencia de fray Ambrosio Montesino, fraile, poeta y traductor, para que hiciese oraciones a modo de poemas que reflejasen el sufrimiento del Señor en la cruz «y le sirviese a la reina de consolación en sus momentos de agonía». Un sufrimiento que «hizo mella en la reina y se refleja en su testamento», documento que según el sacerdote es «su mejor legado. Ahí vemos la santidad de la reina».

El poema compuesto por Montesino decía así:

¿Quién te dio, Rey, la fatiga / deste sudor extremado? / ¡Ay, hombre, que tu pecado!

El grande miedo que sufría / De la muerte que esperaba, / Con su santo amor luchaba / Que a morir lo disponía / Por cuya fuerte agonía / Ha tanta sangre sudado / Que fue el suelo consagrado.

Señal es que va sanando / Mi culpa de pestilencia / Pues que Dios por su clemencia / Con sangre le va sudando / Gran bien es, más, triste, ¿cuándo / te será de mí, cuytado, / ese socorro pagado?

Tus suspiros compasivos / Señor, y tu soledad, / Provocan a la piedad / A los muertos y a los vivos; / Pues ¿qué hacemos cautivos / En prisiones de pecado / Que no vamos a tu lado?

¡Oh Señor que me criaste! / ¡Quién te sirviera de paño / para reparo del baño / de la sangre que sudaste! / Pido Te por quien quedaste / Tan aflicto y fatigado/ Ser de Ti yo perdonado».

AcaPrensa / José María Carrera / Religión en Libertad

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